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martes, 20 de mayo de 2014

EL ESPÍRITU QUE NOS HUMANIZA

            Sin duda, el asesinato de Isabel Carrasco en plena calle de su ciudad ha conmocionado a España. No voy a escribir una crónica de sucesos, que sobre el asunto ya se ha escrito demasiado. Pero sí tomo pie en este espantoso crimen para alentar a que tomemos todos conciencia de a dónde hemos venido a parar.  La deshumanización de nuestra sociedad es horrible. Crímenes pasionales los ha habido siempre y los habrá. Crímenes concebidos, preparados durante años y ejecutados con tanta frialdad como este al que nos referimos no son tan frecuentes. Si hemos de creer a las “presuntas”, todo por puro rencor y odio a la persona de la que habían sufrido, siempre según ellas mismas,  mucho daño.

            Que el odio termine en la muerte de la persona odiada es grave, muy grave. Y sería grave aún cuando hubiese agravios, que no es el caso dilucidarlo ahora ni corresponde a los ciudadanos sino a los jueces determinarlos. Pero “la cosa” no queda en el puro crimen. Adquiere “universalidad” por la apología del hecho jaleada en las redes sociales. Amparándose en el anonimato, se han dedicado no pocos a defender lo sucedido y a provocar para que siga sucediendo. Todo esto es signo de la deshumanización en que nos movemos y, por supuesto, de antidemocracia. Defenderán los insultantes de la víctima y apologistas de los verdugos su derecho de expresión, su libertad para decir lo primero que se les ocurra, su tendencia a dejar caer la baba del insulto y la descalificación. Pero ¿es que pueden prevalecer tales “derechos” frente al del honor y la misma vida de todos y cada uno, también de los políticos aunque éstos se equivoquen? No les falta responsabilidad en todo esto a los políticos que se descalifican recíprocamente sin aportar argumentos de peso sino sólo palabras huecas y mítines demagógicos. Les sobra responsabilidad a los jueces que eternizan los procesos contra la corrupción y sus sentencias resultan cuando menos sospechosas de politización y partidismo.

            Pero, aún así, no es de recibo que cualquiera pueda tomarse la justicia por su mano. Volveríamos a la ley de la selva y todo valdría, mientras presumimos de democracia. Es, por tanto, hora de pensar en serio sobre las consecuencias de nuestros juicios, de nuestras palabras y, también, de nuestros votos. Lo dicho también puede ser pura palabrería si no cambia nuestro corazón. Si no somos capaces de juicio ecuánime, de sentido común y de respeto al que piensa distinto. Si ese juicio distinto no es una apología del terror y la violencia. A terroristas y violentos hay que someterlos a la Ley, que nos ampara a todos y que ha de  aplicada por Jueces honestos y eficaces.

            Esto será imposible si el Espíritu no gobierna nuestras mentes, sentimientos y actitudes. Sí, el Espíritu de Dios, el Espíritu de Jesucristo quien nos muestra en su vida y palabras el único camino de la Justicia que es el amor y, dentro de él, el del perdón, para hacer posible la reconciliación. Pero ¡qué lejos estamos de este Jesús! Sin embargo, ¿habrá lejos de él salidas humanizadoras para nuestra sociedad escéptica y violenta? Por eso, no es  inútil ni baladí  pedir con pasión que actúe el Espíritu.


                                                                                     JOSÉ MARÍA YAGÜE


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