En las comunidades cristianas necesitamos vivir una
experiencia nueva de Jesús reavivando nuestra relación con él. Ponerlo
decididamente en el centro de nuestra vida. Pasar de un Jesús confesado de
manera rutinaria a un Jesús acogido vitalmente. El evangelio de Juan hace
algunas sugerencias importantes al hablar de la relación de las ovejas con su
Pastor.
Lo primero es “escuchar su voz” en toda su
frescura y originalidad. No con fundirla con el respeto a las tradiciones ni
con la novedad de las modas. No dejarnos distraer ni aturdir por otras voces
extrañas que, aunque se escuchen en el interior de la Iglesia, no comunican su
Buena Noticia.
Es importante sentirnos llamados por Jesús “por nuestro
nombre”. Dejarnos atraer por él personalmente. Descubrir poco a poco, y cada
vez con más alegría, que nadie responde como él a nuestras preguntas más
decisivas, nuestros anhelos más profundos y nuestras necesidades últimas.
Es decisivo “seguir“ a Jesús. La fe cristiana no
consiste en creer cosas sobre Jesús, sino en creerle a él: vivir confiando en
su persona. Inspirarnos en su estilo de vida para orientar nuestra propia
existencia con lucidez y responsabilidad.
Es vital caminar teniendo a Jesús “delante de nosotros”.
No hacer el recorrido de nuestra vida en solitario. Experimentar en algún
momento, aunque sea de manera torpe, que es posible vivir la vida desde su
raíz: desde ese Dios que se nos ofrece en Jesús, más humano, más amigo, más
cercano y salvador que todas nuestras teorías.
Esta relación viva con Jesús no nace en nosotros de manera
automática. Se va despertando en nuestro interior de forma frágil y humilde. Al
comienzo, es casi solo un deseo. Por lo general, crece rodeada de dudas,
interrogantes y resistencias. Pero, no sé cómo, llega un momento en el que el
contacto con Jesús empieza a marcar decisivamente nuestra vida.
Estoy convencido de que el futuro de la fe entre nosotros se
está decidiendo, en buena parte, en la conciencia de quienes en estos momentos
nos sentimos cristianos. Ahora mismo, la fe se está reavivando o se va
extinguiendo en nuestras parroquias y comunidades, en el corazón de los
sacerdotes y fieles que las formamos.
La increencia empieza a penetrar en nosotros desde el mismo
momento en que nuestra relación con Jesús pierde fuerza, o queda adormecida por
la rutina, la indiferencia y la despreocupación. Por eso, el Papa Francisco ha
reconocido que “necesitamos crear espacios motivadores y sanadores… lugares
donde regenerar la fe en Jesús”. Hemos de escuchar su llamada.
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