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jueves, 15 de mayo de 2014

QUINTO DOMINGO DE PASCUA

"No se inquiete vuestro corazón"  (Jn 14,1)



Jesús se manifiesta como camino, verdad y vida, y se entrega a nosotros a fin de que podamos alcanzar la verdadera y plena libertad ofrecida a los hijos de Dios para entrar en la heredad eterna. Se dirige a nosotros interrogándonos sobre la profundidad de nuestra relación con él. Es posible, en efecto, ser cristiano, comulgar, participar en todas las peregrinaciones y en todas las iniciativas y, sin embargo, no llegar nunca a conocer a Jesús, permaneciendo siempre en la superficie. Conocer a Jesús significa, más bien, experimentarlo interiormente, reconocer que él es el Hijo enviado por el Padre para salvarnos, la expresión del amor infinito de Dios por nosotros.
Todo eso es posible sólo mediante la fe. Creer es confiarse. No es comprender racionalmente; es acoger, dar crédito, encontrarse con el Señor y considerarlo en verdad como aquel que mueve los hilos de nuestra vida y dispone el desarrollo de todos los acontecimientos. Hasta que no lleguemos a esta experiencia de comunión -es decir, de abandono de nosotros mismos en aquel que nos ha incorporado a sí mismo en el bautismo- no podremos decir que conocemos plenamente a Jesús y, en él, al Padre. Ahora bien, para esto nos ha sido dado el Espíritu Santo. Él nos permite caminar por el sendero de Dios seguros de que lo dispone todo para nuestro bien.

Señor Jesús, Maestro bueno, nuestro corazón se muestra a menudo inquieto por todo el mal que hay en el mundo y por nuestras mismas debilidades, por las traiciones y negaciones de las que nos consideramos capaces. Aumenta nuestra fe en ti y en el Padre que nos has revelado.
Tú eres el camino: haz que te sigamos. Tú eres la verdad: haz que te conozcamos. Tú eres la vida: haz que vivamos en ti para ver al Padre y glorificar tu santo nombre ante todos los hombres.

Nosotros te seguimos, Señor Jesús, pero tú llámanos para que podamos seguirte. Nadie puede subir sin ti. Tú eres el camino, la verdad, la vida, la posibilidad, la fe, el premio. Acoge a los tuyos: tú eres el camino. Confírmalos: tú eres la verdad. Reavívalos: tú eres la vida.
Admítenos a aquel bien que deseaba ver David, habitando en la casa del Padre, cuando se preguntaba: «¿Quién nos mostrará el bien?», y decía: «Creo que veré los bienes del Señor en el país de la vida». Los bienes se encuentran allí donde está la vida eterna, la vida sin culpa.
Ábrenos el corazón al verdadero bien, a tu bien divino, «en el que existimos, vivimos y nos movemos». Nos movemos si andamos por el camino; existimos si permanecemos en la verdad; vivimos si estamos en la vida.
Muéstranos el bien inalterable, único, inmutable, en el que podamos ser eternos y conocer todo bien: en ese bien se encuentra la paz serena, la luz inmortal, la gracia perenne, la santa herencia de las almas, la tranquilidad sin inquietud, no destinada a perecer, sino que ha sido sustraída a la muerte: allí donde no hay lágrimas ni mora el llanto -¿puede haber llanto donde no hay pecado?-, allí donde son liberados tus santos de los errores y de las inquietudes, del temor y del ansia, de las codicias, de todas las mezquindades y de todo afán corporal, allí donde se extiende la tierra de los vivos (Ambrosio, De bono mortis, xn,55).


Lecturas del día:
http://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/?f=2014-05-18

Vídeo del día:
https://www.youtube.com/watch?v=P5iWI9UpSZg




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