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martes, 11 de febrero de 2014

EL PRINCIPIO DE AUTORIDAD

           Hasta hace casi 20 años tuvimos en Salamanca un obispo –que lo fue de la diócesis más de 30- al que los mayores recordamos con afecto, algunos con mucho afecto. En concreto, el que suscribe lo quería y él me quería. Algunos decían que era muy buena persona y no tan buen obispo. Quizá su mayor defecto consistía en su renuencia a tomar decisiones que pudieran molestar a cualquiera. Bondadoso y tolerante, fácilmente podía transigir con comportamientos interesados de algunos. Recuerdo muy bien algo que me dijo a propósito de un articulillo mío en el que defendía la objeción de conciencia de un joven salmantino que llegó a ir a la cárcel por su resistencia a la “mili”. Creo que fue el único fue a prisión por este “delito”. Faltaban entonces menos de 20 años para que el servicio militar dejara de ser obligatorio. Don Mauro, nuestro obispo, defendía que los jóvenes deberían ir al servicio militar, o al menos cumplir  los servicios sustitutivos que impusieran los jueces o las autoridades militares, que esto no lo recuerdo bien. No contento con la publicación de mi artículo, me lo hizo saber con una sentencia tajante: “no se puede conculcar el principio de autoridad”. Y yo me pregunto hoy, treinta años después, ¿dónde ha quedado eso del principio de autoridad? Más aún, ¿qué es eso del principio de autoridad? Desde los padres, pasando por los periodistas y llegando a jueces y políticos de la más alta responsabilidad, en aras de una libertad concebida muy “sui generis”, y de una falsa democracia, en nuestra sociedad ha desaparecido el principio de autoridad.

            Lo último ya lo saben. Insultar, acosar, denigrar y armar gresca a la puerta de la casa de algunos responsables de las más altas instancias del Estado, es un legítimo derecho de los ciudadanos, en virtud de la democracia (ja, ja, ja...). Así lo dicta la sentencia de una jueza de la Audiencia Provincial de Madrid. ¿En qué estaba pensando su Señoría? ¿Podría yo dormir tranquilo en mi cama si se me ocurriese dejar caer en tono rebajado contra ella alguno de los insultos que esos “demócratas” vociferaron contra la Vicepresidenta del Gobierno Español? ¿O enviaría a la Policía Judicial en busca mía? Creo ser demócrata y, precisamente por ello, no me parecería mal que se me pidieran cuentas por desacato.

            Viene todo esto al hilo de la actualidad. Pero en el trasfondo tengo unas palabras del hombre más libre de la Historia humana y que murió precisamente por ser libre. Él dijo: “no he venido a abolir la Ley sino a llevarla a su plenitud”. Nuestro problema ha venido a ser que, bajo capa y so pretexto de libertad y democracia, nos hemos cargado la Ley. Claro que los maestros son los corruptos de las altas esferas quienes se pueden permitir pagar abogados, alargar in infinitum los juicios y después pedir indultos. Porque el pobre hombre que cogió lo que necesitaba para comer puede pudrirse en prisión preventiva durante meses o años. Así nos va. Sin principio de autoridad, que han de defender padres de familia, educadores, gobernantes y jueces, el río se revuelve. Y a río revuelto, ganancia de buceadores (de cloacas). Es decir, de los corruptores de nuestro sistema ya antidemocrático. Incluidos algunos o muchos jueces politizados, que se cargan de un plumazo el principio de autoridad.


                                                                        JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO

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