Hasta hace
casi 20 años tuvimos en Salamanca un obispo –que lo fue de la diócesis más de
30- al que los mayores recordamos con afecto, algunos con mucho afecto. En
concreto, el que suscribe lo quería y él me quería. Algunos decían que era muy
buena persona y no tan buen obispo. Quizá su mayor defecto consistía en su
renuencia a tomar decisiones que pudieran molestar a cualquiera. Bondadoso y
tolerante, fácilmente podía transigir con comportamientos interesados de
algunos. Recuerdo
muy bien algo que me dijo a propósito de un articulillo mío en el que defendía
la objeción de conciencia de un joven salmantino que llegó a ir a la cárcel por
su resistencia a la “mili”. Creo que fue el único fue a prisión por este
“delito”. Faltaban entonces menos de 20 años para que el servicio militar
dejara de ser obligatorio. Don Mauro, nuestro obispo, defendía que los jóvenes
deberían ir al servicio militar, o al menos cumplir los servicios sustitutivos que impusieran los
jueces o las autoridades militares, que esto no lo recuerdo bien. No contento
con la publicación de mi artículo, me lo hizo saber con una sentencia tajante:
“no se puede conculcar el principio de autoridad”. Y yo me pregunto hoy,
treinta años después, ¿dónde ha quedado eso del principio de autoridad? Más
aún, ¿qué es eso del principio de autoridad? Desde los padres, pasando por los
periodistas y llegando a jueces y políticos de la más alta responsabilidad, en
aras de una libertad concebida muy “sui generis”, y de una falsa democracia, en
nuestra sociedad ha desaparecido el principio de autoridad.
Lo último
ya lo saben. Insultar, acosar, denigrar y armar gresca a la puerta de la casa
de algunos responsables de las más altas instancias del Estado, es un legítimo
derecho de los ciudadanos, en virtud de la democracia (ja, ja, ja...). Así lo
dicta la sentencia de una jueza de la Audiencia Provincial
de Madrid. ¿En qué estaba pensando su Señoría? ¿Podría yo dormir tranquilo en
mi cama si se me ocurriese dejar caer en tono rebajado contra ella alguno de
los insultos que esos “demócratas” vociferaron contra la Vicepresidenta del
Gobierno Español? ¿O enviaría a la Policía
Judicial en busca mía? Creo ser demócrata y, precisamente por
ello, no me parecería mal que se me pidieran cuentas por desacato.
Viene todo
esto al hilo de la actualidad. Pero en el trasfondo tengo unas palabras del
hombre más libre de la
Historia humana y que murió precisamente por ser libre. Él
dijo: “no he venido a abolir la
Ley sino a llevarla a su plenitud”. Nuestro problema ha
venido a ser que, bajo capa y so pretexto de libertad y democracia, nos hemos
cargado la Ley. Claro
que los maestros son los corruptos de las altas esferas quienes se pueden
permitir pagar abogados, alargar in infinitum los juicios y después pedir
indultos. Porque el pobre hombre que cogió lo que necesitaba para comer puede
pudrirse en prisión preventiva durante meses o años. Así nos va. Sin principio
de autoridad, que han de defender padres de familia, educadores, gobernantes y
jueces, el río se revuelve. Y a río revuelto, ganancia de buceadores (de
cloacas). Es decir, de los corruptores de nuestro sistema ya antidemocrático.
Incluidos algunos o muchos jueces politizados, que se cargan de un plumazo el
principio de autoridad.
JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO
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