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martes, 4 de febrero de 2014

BRILLARÁ TU LUZ EN LAS TINIEBLAS

            El lenguaje más eficaz es casi siempre el de los símbolos y las imágenes. Por eso seducen las parábolas de Jesús. ¿Cómo hablar del Dios innombrable si no es con imágenes? ¿Cómo hablar de los sentimientos íntimos si no es con una lágrima o una flor? Mueve más a la acción un poema de dos hermosos versos que un tratado de filosofía.  Claro que esto es, como todo lo humano, un arma de dos filos. Se puede seducir muy eficazmente a las masas con un slogan mentiroso. Por eso, al final sólo las obras valen. Cristo se llama a sí mismo “luz del mundo”, tras curar al ciego.

            “Parte tu pan con el hambriento. Hospeda al que está sin techo. Viste al que está desnudo. No te cierres a tu propia carne”. Así lo entendía ya un profeta siglos antes de Cristo. Y continúa: “cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”.  En efecto, “el justo brilla en las tinieblas como una luz”. Pero, ¿quién es el justo? Por desgracia, hay que buscarlos con lupa y no precisamente entre los responsables de establecer justicia y equidad. Ni entre los vociferantes de las calles o de los medios pidiendo lo imposible cuando, al llegarles su turno, se muestran absolutamente incapaces de realizar lo posible.  El justo está, sí, en las calles o en las casas, o en los asilos o en los hospitales pero no gritando sino acompañando, dando de comer, ofreciendo su tiempo o desviviéndose de muchas maneras para que el pobre y el enfermo no estén solos y encuentren cariño y comida.

            “Vosotros sois sal de la tierra y luz del mundo”. ¿A quién dice eso Jesús? No a los sabios, ni a los poderosos, ni a los agitadores de vocación y profesión que gestionan lo público sin pudor y sin importarles un comino las personas ni las instituciones que a veces gobiernan. A muchos de ellos les llamó Jesús hipócritas y sepulcros blanqueados. Sal y luz para el mundo son, según Jesús, los mansos, los misericordiosos, los que no tergiversan la realidad para beneficio propio sin importarles la verdad, los que trabajan por la paz en lugar de crear discordia en cuanto alzan la voz. No se convierte nadie en sal y luz por imperativos partidistas, ni por consignas repetidas una y otra vez, ni siquiera por el cumplimiento exacto de normas éticas o religiosas.

            Solamente se llega a ser sal y luz que da gusto, sabor e inspiración al mundo cuando el corazón se ha hecho compasivo. Absténganse de opositar a ser luz para los demás los indiferentes, los arribistas, los codiciosos de dinero, de honores o de poder, los fantoches que manejan bien la palabra. Esa palabra que siempre suena altisonante y demagógica. Quien la pronuncia nos considera estúpidos a todos. ¡Cuántas de estas palabras se escuchan a diario en boca de políticos, tertulianos... salvadas por supuesto algunas honrosas excepciones! Como diría el papa Francisco, para ser sal y luz, hay que hacerse antes personas-cántaro que se vacían de sí mismas para saciar la sed de los demás.


                                                                                       JOSÉ MARÍA YAGÜE

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