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miércoles, 26 de febrero de 2014

DOMINGO 8º DEL TIEMPO ORDINARIO

«Buscad primero el Reino de Dios»  (Mt 6,33)



No hay ninguna duda: el término mammona es el dinero personificado. Dicha personificación hace pensar que, según Jesús, el dinero es como una potencia capaz de someter el mundo entero y, con él, a las personas. Por este motivo, Lc 16,13 lo califica como «mammona de iniquidad», traducido en algunas ocasiones como «la inicua riqueza» o «el mezquino dinero».
Detengamos por un momento nuestra mirada en el principio de la página evangélica para subrayar su gran actualidad. Lo enunciado por Jesús de manera concluyente y decisiva nos impresiona y nos encausa. Habla de «amos» y de «servir», de «odio» y de «amor», de «preferencia» y de «desprecio». El lenguaje no puede ser más elocuente y claro.
Por último, hay que añadir que «servir» tiene en la Biblia, y con bastante frecuencia, un sentido cultual. Ante Dios, mammona es considerado por lo que es, un falso dios: un ídolo, un anti-dios. No olvidemos que el verbo griego duleuein no hace referencia exactamente a la actitud del siervo, sino a la del esclavo. La situación del que se encomienda a mammona se agudiza: renuncia a su libertad y se vende a su amo.


Aquí estoy, Señor, soy criatura tuya, débil y fuerte al mismo tiempo, pobre y rico, inseguro y crédulo. Haz que sepa perfeccionar en mí tu «imagen y semejanza» para vivir en la santidad de mi vocación y en la libertad de los hijos de Dios.
Aquí estoy, Señor, soy un pobre pecador, consciente de mi miseria espiritual y de tu infinita misericordia. Ayúdame, no permitas que me abata la fuerza del Malvado; ayúdame a buscar con ahínco la docilidad a tus mandamientos, el abandono a tu providencia entrañable.
Aquí estoy, Señor, soy hijo tuyo, hijo en el Hijo Jesús y hermano de todos. Concédeme estar siempre abierto al diálogo, ser sensible a las necesidades de los demás, mantenerme siempre disponible para el servicio desinteresado y generoso con los más necesitados.


Ved, hermanos míos, ved, hijos míos; considerad lo que os digo. Luchad contra vuestro corazón cuanto podáis. Si vierais que vuestra ira se levanta contra vosotros, rogad a Dios contra ella. Hágate Dios vencedor de ti mismo; hágate Dios vencedor no de un enemigo exterior a ti, sino de tu ánimo interior a ti. Él se hará presente y lo realizará. Quiere que le pidamos esto antes que la lluvia. Veis, en efecto, amadísimos, cuántas peticiones nos enseñó el Señor, y, entre todas, sólo una habla del pan de cada día, para que en cuantas cosas pensemos vayan dirigidas a la vida futura. ¿Por qué vamos a temer que no nos lo dé quien lo prometió al decir: «Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y Dios os dará lo demás. Pues ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis» (cf. Mt 6,8.32ss)? Muchos, en efecto, fueron sometidos a la tentación del hambre y, hallados ser oro puro, Dios no los abandonó. Hubieran perecido de hambre si nuestro pan interior de cada día hubiese faltado a su corazón. Anhelemos sobre todo ese pan.Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Puede él contemplar con ojos misericordiosos nuestra debilidad y vernos según aquello: Acuérdate de que somos polvo. Quien hizo al hombre del polvo y le dio vida, entregó a la muerte al Hijo único por este barro. ¿Quién puede explicar, o al menos pensar dignamente, cuan grande es su amor?

                                                                             Agustín de Hipona

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