«Buscad primero el Reino de Dios» (Mt 6,33)
No hay ninguna duda: el término mammona es el
dinero personificado. Dicha personificación hace pensar que, según Jesús, el
dinero es como una potencia capaz de someter el mundo entero y, con él, a las
personas. Por este motivo, Lc 16,13 lo califica como «mammona de
iniquidad», traducido en algunas ocasiones como «la inicua riqueza» o «el
mezquino dinero».
Detengamos por un momento nuestra mirada en el principio de
la página evangélica para subrayar su gran actualidad. Lo enunciado por Jesús
de manera concluyente y decisiva nos impresiona y nos encausa. Habla de «amos»
y de «servir», de «odio» y de «amor», de «preferencia» y de «desprecio». El
lenguaje no puede ser más elocuente y claro.
Por último, hay que añadir que «servir» tiene en la Biblia,
y con bastante frecuencia, un sentido cultual. Ante Dios, mammona es
considerado por lo que es, un falso dios: un ídolo, un anti-dios. No olvidemos
que el verbo griego duleuein no hace referencia exactamente a la
actitud del siervo, sino a la del esclavo. La situación del que se encomienda a mammona se
agudiza: renuncia a su libertad y se vende a su amo.
Aquí estoy, Señor, soy criatura tuya, débil y fuerte al
mismo tiempo, pobre y rico, inseguro y crédulo. Haz que sepa perfeccionar en mí
tu «imagen y semejanza» para vivir en la santidad de mi vocación y en
la libertad de los hijos de Dios.
Aquí estoy, Señor, soy un pobre pecador, consciente de mi
miseria espiritual y de tu infinita misericordia. Ayúdame, no permitas que me
abata la fuerza del Malvado; ayúdame a buscar con ahínco la docilidad a tus
mandamientos, el abandono a tu providencia entrañable.
Aquí estoy, Señor, soy hijo tuyo, hijo en el Hijo Jesús y
hermano de todos. Concédeme estar siempre abierto al diálogo, ser sensible a
las necesidades de los demás, mantenerme siempre disponible para el servicio
desinteresado y generoso con los más necesitados.
Ved, hermanos míos, ved, hijos míos; considerad lo que os
digo. Luchad contra vuestro corazón cuanto podáis. Si vierais que vuestra ira
se levanta contra vosotros, rogad a Dios contra ella. Hágate Dios vencedor de
ti mismo; hágate Dios vencedor no de un enemigo exterior a ti, sino de tu ánimo
interior a ti. Él se hará presente y lo realizará. Quiere que le pidamos esto
antes que la lluvia. Veis, en efecto, amadísimos, cuántas peticiones nos enseñó
el Señor, y, entre todas, sólo una habla del pan de cada día, para que en
cuantas cosas pensemos vayan dirigidas a la vida futura. ¿Por qué vamos a temer
que no nos lo dé quien lo prometió al decir: «Buscad ante todo el Reino de
Dios y su justicia, y Dios os dará lo demás. Pues ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis
antes de que vosotros se lo pidáis» (cf. Mt 6,8.32ss)? Muchos, en efecto,
fueron sometidos a la tentación del hambre y, hallados ser oro puro, Dios no
los abandonó. Hubieran perecido de hambre si nuestro pan interior de cada día
hubiese faltado a su corazón. Anhelemos sobre todo ese pan.Dichosos los que
tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Puede él
contemplar con ojos misericordiosos nuestra debilidad y vernos según aquello: Acuérdate
de que somos polvo. Quien hizo al hombre del polvo y le dio vida, entregó
a la muerte al Hijo único por este barro. ¿Quién puede explicar, o al menos
pensar dignamente, cuan grande es su amor?
Agustín de Hipona
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