Este fin de
semana tenemos el tan esperado puente de la Constitución y la Inmaculada. Con
la particularidad de que este año la Inmaculada cae en domingo. Ese puente tan
esperado para profesores y alumnos que ya vienen cansados de un largo trimestre.
Que es el más duro por aquello de que profesor y alumnos tienen que conocerse, adaptarse...
no digamos nada para aquellos niños que están empezando a leer. Siempre he
pensado que lo más difícil es aprender las letras y saber unirlas. A partir de ahí,
ya viene todo de corrido. Vaya de paso mi admiración a maestros y maestras que
enseñaron y enseñan las primeras letras a los niños. Como sé del mucho amor que
ponen en este empeño, les felicito de corazón.
Pero vamos
a lo de los puentes. Sin ellos no es posible atravesar los ríos caudalosos, a
no ser con mucho tiempo y coste. Viví durante algunos años a las orillas del
río Madre de Dios, uno de los afluentes del Amazonas. Entonces no había puente.
Había que surcar las aguas en barca. Mucho tiempo, algún dinero, a veces larga
espera, sobre todo cuando tenías que pasar el coche para seguir viaje por la
otra orilla. El catamarán podía tardar horas, si tenías que hacer cola. Hoy, se
ha construido un hermoso puente de casi un kilómetro, por el que se transita
caminando o en coche con toda comodidad y rapidez.
Hay otros
traslados y otras orillas que es menester alcanzar en la vida. Si nos quedamos
en nuestro pequeño mundo, la vida se hace anodina. Nos convertimos en juguetes,
consumidores, ansiosos buscadores de una felicidad y de una paz que o no llega,
y nos deprimimos, o se alcanza a costa de narcotizarnos a nosotros mismos. Es
el camino que hallan o hallamos muchos en esta nuestra cacareada sociedad del
bienestar y del consumo.
Cuando
Jesús de Nazaret invitó a sus discípulos a cruzar a la otra orilla no era sólo
el lago de Galilea lo que tenían que cruzar. Se les proponían otros horizontes,
otras metas. Por eso se hizo presente en medio de la noche y del mar para hacer
posible que su barca tocase puerto de inmediato en medio de la tormenta (Juan
6, 21).
Nos
empeñamos los humanos en escalar el cielo y ser dioses, como Adán o Prometeo,
sin tiempos, espacios, puentes y porteadores. Por nosotros mismos. Imposible.
La historia nos muestra los fracasos de tal pretensión. Hoy vivimos uno de esos
fracasos espeluznantes: una sociedad descarriada, excelsa en los progresos
técnicos y deplorable en el orden moral. Enferma. Duelen todas las junturas de
los miembros: víctimas y verdugos, ricos y pobres, nacionalismos, norte y sur,
derechas e izquierdas, corrupción allí donde menos había que esperarla. Hasta
la naturaleza se resiente porque enviamos hacia arriba toneladas de gases
contaminantes. Hay que
buscar y encontrar EL PUENTE. Está ahí. Se llama Jesucristo. ¿Nos acordaremos
de él, ahora que celebramos su venida a la tierra para acompañarnos y llevarnos
al Puerto de la concordia y la solidaridad. ¡Ah! Viene de la mano de María, la
sin mancha, la llena de gracia y de solícita ternura hacia los que la
invocamos.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
No hay comentarios:
Publicar un comentario