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martes, 17 de diciembre de 2013

EL SILENCIO, EN SAN JUAN DE LA CRUZ

Silencio... Hacía unos momentos sonaba la campana de una iglesia cercana, pero ahora, sólo silencio, sin músicas de fondo, sin comentarios...
Son las 12 de la noche, 14 de diciembre de 1591, un silencio sin poesía, sin acordes, acompaña el último suspiro de un enamorado. Se ha ido solo, nadie acompaña en la última travesía. Aquel hombre, sin talla aparente, ha vivido en un puñado de años una arriesgada aventura de silencio y soledad, ajeno de aprobaciones humanas. Ahora, Juan de la Cruz, se va sin ruidos, se deja...
- Nació en Fontiveros, en el silencio de un amor sin conveniencias sociales.
- Vivió buscando silencio para no distraer la música que le llevaba donde, secretamente, sólo moraba quien él bien sabía; buscando el silencio que le devolviera alguna verdad de su Amor.
- Murió en el silencio de una noche de diciembre...
Cuánto frío parece penetrarnos al resumir pobremente tanta vida escondida! ¡Cuánto frío, si no adivináramos la pasión que ardía en el corazón de aquel juglar al margen, aquel cantor descuidado e ignorante de todo aplauso! Juan es de aquella época y aquella condición en la que los cantores y las canciones nacían del silencio desnudo, del callado amor, cuando las palabras eran amasadas, tejidas al compás de una música callada, que cada uno ha de encontrar dentro, en su interior bodega.
Silencio de ruidos engañosos, que alejan de un amor, que alejan en la dirección equivocada: insatisfacción sin consuelo, guiños comerciales que dividen la mirada lejos de nuestro más profundo centro. Silencio que espera en desnudez y pobreza el regalo sencillo de tantos guiños sin brillo en los que nos saluda su Amor, sin habernos cansado para conquistarlo.
¡Cuánto necesitamos este silencio de Juan de la Cruz! ¿Para qué? Para encontrar la fuente que mana y corre, aunque es de noche, precisamente porque es de noche y nada vemos más allá, afortunadamente. Porque si viéramos dejaríamos de considerar hasta qué punto (todos) estamos heridos hacia un amor. ¡Cuánto necesitamos este silencio de Juan de la Cruz, para no contentarnos en ninguna palabra, en ningún discurso, en ninguna estrella fugaz, para dejar que nos sorprenda y alcance otra vez la frescura de su Voz recién nacida, la Voz del Amado! ¡Derriba, Dios de la vida, en nosotros tanto prejuicio, tanto miedo a entregarnos y no saber a dónde somos conducidos!
Y, por supuesto, silencio, para romper la vida y la copa en el brindis, con y por aquellos que no tienen voz, que no leerán esto, porque no hace falta. Aquellos que no se fían de ninguna palabra (con tanta razón), y esperan ser curados en cercanía y ternura silenciosa, sin contentadoras palabras. Porque, al fin, también esto palabras son, y se van, afortunadamente, con el viento, mientras sólo nos queda el silencio, y un amor, un amor.
 "Quedéme y olvidéme,
   el rostro recliné sobre el Amado,
 cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
    entre las azucenas olvidado"


Fuente:  Alfa y Omega

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