"Dichoso el que se apoya en el Señor su Dios. Él mantiene por
siempre su fidelidad" (Sal 145,5-6)
Deesis. Siglo XII. Monasterio de Santa Catalina. Sinaí. |
El icono de la Déesis (Intercesión) es uno de las imágenes más frecuentes de la iconografía,
ocupando un lugar central en el iconostasio. En él se representa a Nuestro Señor Jesucristo en el trono bendiciendo, con la Palabra en la mano izquierda. A su lado, la Virgen y San Juan Bautista interceden por toda la humanidad.
Por boca de Isaías, Dios promete un mundo nuevo, construido
a partir de los últimos: los desfallecidos cobran ánimo, los ciegos y sordos
podrán ver y oír, a los débiles se les ayuda en su camino incierto. ¿Hemos
visto alguna vez algo semejante? ¿Quién está en un mar de sufrimientos frente
al que nos sentimos impotentes? Además, junto a las enfermedades, prolifera aún
más el mal que creamos nosotros con nuestras injusticias. ¿Hay alguien capaz de
limpiar la tierra, para convertirla en un mundo de justicia según ese proyecto
cantado por Isaías?
La respuesta de Jesús al Bautista todavía es válida para
nosotros hoy: Jesús ya está llevando a cabo este cambio; nos da signos, pero
debemos darles crédito, siguiéndole por el camino que ha elegido. El Reino de
Dios llega sin ruido (será instaurado definitivamente sobre una cruz), pero si
creemos podremos experimentar su fuerza y también nosotros nos comprometeremos en
el verdadero cambio del mundo.
«Dichoso el que no se escandalice de mí»: en concreto viene
a ser una llamada a creer. La vida aparentemente sigue como siempre, pero
dichoso el que no se escandaliza de la forma “humilde” de la presencia del
Mesías, sino que, por el contrario, reconocen en él la verdadera presencia de
la acción de Dios que cambia y salva al mundo. El que ha conocido en Jesús la
pasión de Dios por el hombre, sabe comprometerse en la caridad, aunque no pueda
enjugar todas las lágrimas del mundo, consciente de que sólo Dios puede salvar
a la humanidad del mal.
Nuestra fe, la fe de la comunidad cristiana, se manifestará,
según la enseñanza de Santiago, en un conjunto de obras, no vistosas sino
preciosas, las obras cotidianas de una comunidad que, convertida a la
esperanza, se apasiona por el destino de la humanidad, y aunque sufre por la
lentitud, no se encoge de ánimo sino que lo ensancha abriéndolo al proyecto
“increíble” de Dios.
«Dichoso quien no se escandalice de mí»: sostén nuestra
fe, Señor Jesús, cuando esté a punto de escandalizarse por tu “debilidad”.
Danos la convicción y la sabiduría que animaba a tu apóstol Santiago: él, que
conocía bien las promesas de Isaías, ha creído que tú las has realizado, aunque
aparentemente parecía que nada había cambiado en el mundo tras tu paso. Danos
también a nosotros la paciencia del agricultor, para sembrar esperanza.
Haz que acojamos con agradecimiento tu evangelio de gozo, la
buena noticia a los pobres y enséñanos la paciencia; danos una fe firme.
Concédenos la dicha de ser tus discípulos, tu misma alegría, la alegría del
Padre en hacer el bien, aunque nos toque aparecer como perdedores.
Reaviva en nosotros la memoria de los beneficios recibidos,
para que aún hoy podamos apostar por tu evangelio y para que, aunque no
reconozcamos tus caminos, continuemos como el Bautista siéndote fieles.
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