Perdonad lo intempestivo de la pregunta. Y que nadie se escandalice. Más bien que lea los evangelios. El de San Lucas o el de San Mateo. Da lo mismo. Cuando menos, lo que no sólo se puede sino que hay que decir, desde lo que sabemos, es que el Niño llega a destiempo. Ni María ni José contaban con él. Pero llega porque Dios así lo ha querido y punto. Se acepta, se acoge, se le ama. Y en las venas de la historia entra una fuerza nueva que todo lo transforma y hace posible el AMOR.
Con
los criterios “modernos”, ese Niño no
habría nacido. Y no tendríamos Navidad. Eso es lo que desean los que abogan por
cambiar los nombres: fiestas de invierno, vacaciones nevadas, o lo que se les
ocurra para borrar la historia más grande que jamás existió y sin la que el
mundo sería otro, muchísimo peor.
Los
cristianos nos congratulamos de dos fiestas, íntimamente entrelazadas, que ya
están ahí. Navidad y Sagrada Familia. Nos entristece que ni siquiera estas
fiestas se vean libres de la nefasta politización de la vida y de la sociedad
españolas. Cuánto bien harían los políticos callando muchas veces, trabajando
más en silencio, buscando soluciones y sin pretender que todos bailemos a sus
ritmos desacompasados. Casi siempre desacompasados, sean de derechas o de
izquierdas. En nuestra
cultura algo se ha hecho ley universal e incontestable: el deseo. Los deseos
han de ser satisfechos. Quienes se oponen a mis deseos son intrusos,
retrógrados, no viven en el presente. Si un niño es engendrado contra el deseo
de la madre, es un derecho de ella quitarlo de en medio. Cualquier defensa de
la vida del nasciturus es un horrible atentado contra la libertad de la
mujer. Eso se oye por ahí.
Pena,
penita produce tanta apelación a la democracia, a derechos inventados que atentan
contra otros derechos fundamentales, tanta demagogia usada para descalificar no
sólo al adversario político sino a todo el que osa pensar y sentir de modo
diferente. Como suele ocurrir, los que más hablan de democracia son los menos
demócratas. No se puede disentir de ellos. Quienes no creen a pies juntillas
sus consignas son oscurantistas, no viven en el mundo presente de la ciencia y
del progreso. Amenazan con estallidos sociales que ellos atizan o con eliminar
las leyes aprobadas por mayorías legítimas. Terminan por deslegitimar a golpe
de sofismas a quienes disienten del pensamiento único. Como telón de fondo de
todo ello están la propia incompetencia y sus estruendosos fracasos de los
últimos años.
Pena me da
escribir estas cosas en la víspera de Navidad. Porque, al fin, el Niño no
deseado vino al mundo. Ya lo dijo San Juan: “el mundo no lo recibió”. Se lo
sigue rechazando en nuestra sociedad tan evolucionada y pagada de sí misma.
Felizmente no todos lo rechazan. En los tiempos de Tiberio, existieron María,
José, Isabel, Zacarías, Ana, Simeón y un largo etc. También hoy existen muchos,
muchísimos que, sin vociferar, alimentan y promueven la vida de los indefensos y débiles, nacidos y no
nacidos, en España, África o la India. Mayorías silenciosas que
hacen posible la alegría y la esperanza. Y que garantizan que la vida humana
vale la pena. FELIZ NAVIDAD.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
No hay comentarios:
Publicar un comentario