Cuando
queremos comentar algunos pasajes de la Biblia , es frecuente sentir una especie de pudor.
Consiste este pudor en que no hay posibilidad de que el comentario aclare o
supere en nada que el mismo texto dice. Lo he sentido hoy al leer y releer los
textos de la liturgia del domingo próximo. Todos nos invitan a la alegría y a
la esperanza. No por comodidad, sino porque me parece que los textos son
insuperables, dejo que hablen Isaías, el apóstol Santiago y el mismo Jesús.
Ellos verán
la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles,
robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: “sed
fuertes, no temáis”. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite, viene en
persona, resarcirá y os salvará”. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos
del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo
cantará... en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y
aflicción se alejarán (Is 35, 1-6.10). Esto está
dicho en tiempos muy difíciles. El pueblo desterrado. La Ciudad Santa destruida. Los
campos, yermos. La historia cambió la suerte de Israel. Se reconstruyeron
murallas y Templo. La ciudad se llenó de risas y cantares. En la fe de Israel
está claro que esto se debe a Dios. Él suscitó al libertador (Ciro) y envió a
su pueblo los líderes que levantaron la moral del pueblo.
¿Nos
atreveremos nosotros a esperar y desear al Señor que viene? No viene con cargas
nuevas; llega para sanar, para ponerse a la cabeza de la fiesta, para
mostrarnos la gloria del Señor. En la actualidad, ya nos ha mandado por delante
al papa Francisco que nos habla de la alegría del evangelio, de sanar heridas
en el campo de batalla, de incorporar a los excluidos por la pobreza o la
enfermedad. ¿Colaboraremos, secundaremos este empeño? Si es así, con seguridad la
salvación y la alegría están más cerca de cuanto podíamos imaginar.
Tened
paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el
fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened
paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está
cerca. (Carta de Santiago 5, 7-10). Otra vez la
paciencia. Es decir, el aguante, la resistencia al mal, el cultivo de las
buenas semillas del corazón, el sembrar cada día esas pequeñisimas cosas buenas
a nuestro alcance. Y dejar a un lado cada hora la pequeña o grande queja, la
amargura, el resquemor, la impaciencia de querer lograr ya la satisfacción de
todos los gustos y deseos. La cosecha de una alegría mayor será abundante y
recogida en su tiempo.
Id y
anunciad lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los
leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los
pobres se les anuncia el Evangelio.
Ya ocurrió.
Dios lo hizo en Jesús. Y ocurre donde hay fe. Es posible. Dios lo hace.
JOSÉ MARÍA
YAGÜE
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