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martes, 10 de diciembre de 2013

ELLOS VERÁN LA BELLEZA DE DIOS

            Cuando queremos comentar algunos pasajes de la Biblia, es frecuente sentir una especie de pudor. Consiste este pudor en que no hay posibilidad de que el comentario aclare o supere en nada que el mismo texto dice. Lo he sentido hoy al leer y releer los textos de la liturgia del domingo próximo. Todos nos invitan a la alegría y a la esperanza. No por comodidad, sino porque me parece que los textos son insuperables, dejo que hablen Isaías, el apóstol Santiago y el mismo Jesús.

            Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: “sed fuertes, no temáis”. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará”. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará... en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán (Is 35, 1-6.10).  Esto está dicho en tiempos muy difíciles. El pueblo desterrado. La Ciudad Santa destruida. Los campos, yermos. La historia cambió la suerte de Israel. Se reconstruyeron murallas y Templo. La ciudad se llenó de risas y cantares. En la fe de Israel está claro que esto se debe a Dios. Él suscitó al libertador (Ciro) y envió a su pueblo los líderes que levantaron la moral del pueblo.

            ¿Nos atreveremos nosotros a esperar y desear al Señor que viene? No viene con cargas nuevas; llega para sanar, para ponerse a la cabeza de la fiesta, para mostrarnos la gloria del Señor. En la actualidad, ya nos ha mandado por delante al papa Francisco que nos habla de la alegría del evangelio, de sanar heridas en el campo de batalla, de incorporar a los excluidos por la pobreza o la enfermedad. ¿Colaboraremos, secundaremos este empeño? Si es así, con seguridad la salvación y la alegría están más cerca de cuanto podíamos imaginar.

            Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca. (Carta de Santiago 5, 7-10). Otra vez la paciencia. Es decir, el aguante, la resistencia al mal, el cultivo de las buenas semillas del corazón, el sembrar cada día esas pequeñisimas cosas buenas a nuestro alcance. Y dejar a un lado cada hora la pequeña o grande queja, la amargura, el resquemor, la impaciencia de querer lograr ya la satisfacción de todos los gustos y deseos. La cosecha de una alegría mayor será abundante y recogida en su tiempo.

            Id y anunciad lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. 

            Ya ocurrió. Dios lo hizo en Jesús. Y ocurre donde hay fe. Es posible. Dios lo hace.

          
                                                            JOSÉ MARÍA YAGÜE

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