La actuación de Jesús dejó desconcertado al Bautista. Él
esperaba un Mesías que extirparía del mundo el pecado imponiendo el juicio
riguroso de Dios, no un Mesías dedicado a curar heridas y aliviar sufrimientos.
Desde la prisión de Maqueronte envía un mensaje a Jesús: “¿Eres tú el que ha de
venir o tenemos que esperar a otro?”.
Jesús le responde con su vida de profeta curador: “Decidle
a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los
leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres
se les anuncia la Buena
Noticia ”. Este es el verdadero Mesías: el que viene a aliviar
el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de esperanza a los pobres.
Jesús se siente enviado por un Padre misericordioso que
quiere para todos un mundo más digno y dichoso. Por eso, se entrega a curar
heridas, sanar dolencias y liberar la vida. Y por eso pide a todos: “Sed
compasivos como vuestro Padre es compasivo”.
Jesús no se siente enviado por un Juez riguroso para juzgar
a los pecadores y condenar al mundo. Por eso, no atemoriza a nadie con gestos
justicieros, sino que ofrece a pecadores y prostitutas su amistad y su perdón.
Y por eso pide a todos: “No juzguéis y no seréis juzgados”.
Jesús no cura nunca de manera arbitraria o por puro
sensacionalismo. Cura movido por la compasión, buscando restaurar la vida de
esas gentes enfermas, abatidas y rotas. Son las primeras que han de
experimentar que Dios es amigo de una vida digna y sana.
Jesús no insistió nunca en el carácter prodigioso de sus
curaciones ni pensó en ellas como receta fácil para suprimir el sufrimiento en
el mundo. Presentó su actividad curadora como signo para mostrar a sus
seguidores en qué dirección hemos de actuar para abrir caminos a ese proyecto
humanizador del Padre que él llamaba “reino de Dios”.
El Papa Francisco afirma que “curar heridas” es una tarea
urgente: “Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita hoy es una capacidad de curar
heridas y dar calor, cercanía y proximidad a los corazones… Esto es lo primero:
curar heridas, curar heridas”. Habla luego de “hacernos cargo de las personas,
acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela”. Habla
también de “caminar con las personas en la noche, saber dialogar e incluso
descender a su noche y oscuridad sin perderse”.
Al confiar su misión a los discípulos, Jesús no los imagina
como doctores, jerarcas, liturgistas o teólogos, sino como curadores. Su tarea
será doble: anunciar que el reino Dios está cerca y curar enfermos.
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