"La
virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrá por nombre Emmanuel (que
significa Dios con nosotros)" (Mt 1,23)
Vídeo del día:
http://www.youtube.com/watch?v=TYnyvapc26c
Lecturas del día:
http://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/?f=2013-12-22
Salvador Emmanuel. Escuela de Moscú, hacia 1670 |
Es el profeta Isaías el primero que usó el término Emmanuel (Is 7,14). El icono plasma esta imagen. No estamos ante un niño, sino ante el rostro misterioso e incognoscible de Dios., eternamente joven y viejo al mismo tiempo. La edad infantil no remite al Niño, sino a la incorruptibilidad y eterna juventud del Cordero del sacrificio. Además, en la cultura rusa, Emmanuel representa el principio de la Sofía, la Sabiduría a la que se refiere San Juan en el inicio de su Evangelio (Jn 1,1).
En este icono la túnica real se cubre con una sutil y refinada filigrana de oro que impregna en la tela la impalpabilidad de la luz no creada. El manto naranja deja al descubierto el brazo derecho que bendice y la rodilla opuesta.
El libro que se muestra se abre por el pasaje de Isaías que Cristo leyó en la sinagoga de Nazaret: "El Espíritu de Dios está sobre mí, porque me ha ungido... etc"
Los dos personajes a los pies son probablemente cortesanos o altos dignatarios del zar Alexei Michailovich (Siglo XVII).
Las lecturas ofrecen hoy a nuestra consideración a dos personajes cuya reacción ante la promesa de Dios es diametralmente opuesta: el rey Acaz, imagen del incrédulo, y José, figura del creyente. La fe de José esboza algunos rasgos de nuestra fe. De hecho él, portador del nombre de uno de los padres de Israel, revive la fe de los patriarcas. Como Abrahán, padre en la fe, José está dispuesto a seguir el camino confiado del proyecto de Dios. Es el hombre «justo», es decir, el que cree las promesas de Dios incluso cuando éstas resultan extrañas e improbables y, de cualquier modo, incómodas: su vida se ve convulsionada por el nacimiento de aquel cuyo nombre significa salvación. Ser salvados no significa, por lo tanto, caminar por un sendero llano; exige de cada uno de nosotros la disponibilidad a dejarse modificar en pensamientos, proyectos, opciones. El justo enla Biblia es aquel que
permanece firmemente anclado en Dios, a pesar de los pesares, aunque tenga que
quedarse solo.
En este icono la túnica real se cubre con una sutil y refinada filigrana de oro que impregna en la tela la impalpabilidad de la luz no creada. El manto naranja deja al descubierto el brazo derecho que bendice y la rodilla opuesta.
El libro que se muestra se abre por el pasaje de Isaías que Cristo leyó en la sinagoga de Nazaret: "El Espíritu de Dios está sobre mí, porque me ha ungido... etc"
Los dos personajes a los pies son probablemente cortesanos o altos dignatarios del zar Alexei Michailovich (Siglo XVII).
Las lecturas ofrecen hoy a nuestra consideración a dos personajes cuya reacción ante la promesa de Dios es diametralmente opuesta: el rey Acaz, imagen del incrédulo, y José, figura del creyente. La fe de José esboza algunos rasgos de nuestra fe. De hecho él, portador del nombre de uno de los padres de Israel, revive la fe de los patriarcas. Como Abrahán, padre en la fe, José está dispuesto a seguir el camino confiado del proyecto de Dios. Es el hombre «justo», es decir, el que cree las promesas de Dios incluso cuando éstas resultan extrañas e improbables y, de cualquier modo, incómodas: su vida se ve convulsionada por el nacimiento de aquel cuyo nombre significa salvación. Ser salvados no significa, por lo tanto, caminar por un sendero llano; exige de cada uno de nosotros la disponibilidad a dejarse modificar en pensamientos, proyectos, opciones. El justo en
Además José es el hombre obediente, dispuesto a renunciar a
María y luego a acogerla en casa si ésta es la voluntad de Dios. A María, su
prometida, en cierto sentido se la «quitan» para volvérsela a «dar» de modo más
sublime, y él la recibe como don de Dios. La encuentra distinta de como pensaba
y la acoge bajo una luz nueva porque Dios se la da, y la quiere con amor
delicado, respetuoso, silencioso y desinteresado. Lo dicho vale análogamente
para la relación con Jesús: José es desapropiado del hijo -porque aquel niño no
es hijo de sus entrañas-, pero a la vez no es un padre «disminuido», desde el
momento en que será él quien impondrá el nombre a Jesús. El justo
José experimenta así lo que es el sentido de cualquier hijo, una realidad que
no pertenece a sus progenitores y que, precisamente por eso, se acoge con gozo
como promesa abierta a la esperanza.
La fe aparece, pues, como la condición en la que descubrimos
con nueva luz el sentido de las cosas y de las relaciones más preciosas que
vivimos.
«Pide un signo»: en nuestro camino, Señor, has
diseminado múltiples signos de tu presencia, pero nosotros no podemos darnos
cuenta de su poder sino en el momento en que de veras nos comprometemos
contigo. Danos la gracia de abrirnos a ti y de acogerlos.
Tu Palabra con frecuencia se reduce para nosotros a una
serie de pobres signos, trazados sobre el papel, hasta que nos decidimos a
hacerla nuestra, a meditarla y a asumirla como alimento de nuestro espíritu. La Eucaristía nos
parece un simple trozo de pan si no nos acercamos con fe y no lo acogemos como
alimento de vida que engendra en nosotros el amor. Nuestros hermanos con
frecuencia no tienen nada de excepcional, hasta que no los miramos bajo el
prisma de tu amor que hace de todos nosotros tu cuerpo, una Iglesia en la que
aprendemos a conocerte y a amarte.
No permitas, Señor, que pasen desapercibidos estos signos preciosos
de tu presencia. Eres tú mismo quien nos los da, no dejes que los rechacemos,
como Acaz, por temor a comprometernos en la vida de fe. Al contrario, refuerza
y guarda en nosotros la fe obediente del justo José.
Vídeo del día:
http://www.youtube.com/watch?v=TYnyvapc26c
Lecturas del día:
http://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/?f=2013-12-22
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