Algo
que no se sabe normalmente de esta conocida parábola, salvo claro está los más
entendidos, es que la única parábola que tiene un nombre propio es la que
leeremos el próximo domingo, la del rico Epulón y el pobre Lázaro. Lo que no se
sabe es que “epulón” significa rico y que el evangelio solamente dice “había un
rico”. Después sí da el nombre del pobre. Cuando nosotros traducimos “el rico
Epulón” estamos diciendo sencillamente “el rico rico”.
¿Saben lo único que se cuenta de este personaje? Tres cosas:
que banqueteaba espléndidamente, que vestía de púrpura y lino, y “que le
enterraron”. Se supone que esto último se cuenta porque sería un entierro
fastuoso, como correspondía a su clase social. Pero no se da su nombre. Lo que
quiere decir que es una persona sin rostro. Mucho ropaje externo, mucha
parafernalia, pero nada de nada.
No se critica que tuviera riquezas. Sólo lo que hacía con
ellas: banquetear, vestir lujosamente y pasar de largo sin ayudar al pobre que
yace a su puerta. Lo que se critica es el uso que hace de las riquezas y la
insensibilidad ante el pobre. Claro, luego se añade cuál es el destino de este
personaje: una sed que le corroe las entrañas y seca su lengua como la de una
teja reseca.
Éste es justamente el problema de nuestra sociedad y de
nuestras sociedades. Utilizar los bienes sólo en beneficio propio y la
insensibilidad frente al necesitado. Estos días he tenido que volver a leer las
grandes encíclicas sociales. Y resumirlas para explicarlas a mis alumnos de
Doctrina Social de la Iglesia. Trabajo pesado, vive Dios porque los papas se
han empeñado en repetir una y otra vez lo que dijeron sus antecesores. Pero a
base de tanto repetir, algo queda siempre. Que los bienes nos los ha dado Dios
y los podemos poseer con tal de que sirvan a las necesidades de todos.
Es decir, justo lo que nos empeñamos en no hacer. Dentro de
cada Nación, cada uno, salvo excepciones, va a lo suyo. Con crisis o sin
crisis, los que pueden gastan y gastan, insensibles ante la necesidad “ajena”.
Hasta que la cosa llega a la propia familia, claro. Y si hablamos de la
relación entre naciones, peor. Se puede gastar en lujos, en aeropuertos sin
aviones, en armamentos, en coches de alta gama para los políticos, en engrosar
cuentas en el extranjero de los vivos de turno. Pero no hay dinero ni siquiera
para el 0,7 % para ayudas al desarrollo de los pueblos pobres.
Pienso que esta parábola hay que leerla hoy más como una
descripción de nuestro mundo colectivamente considerado que a nivel individual.
Y que ahí nos encontramos muchos “sin rostros”. Problema de sensibilidad. ¿No
estamos realmente alienados, sin nombre, sin rostro por tener mente y corazón
puestos en el consumo? Nos espera un entierro en el que lo único seguro, como
dice el papa Francisco y ya recordé aquí en alguna ocasión, llevaremos los
bolsillos del sudario vacíos y no irá tras nuestros restos el camión de las
mudanzas.
JOSÉ MARÍA
YAGÜE CUADRADO
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