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miércoles, 25 de septiembre de 2013

EL POBRE LÁZARO Y EL RICO “RICO”

                Algo que no se sabe normalmente de esta conocida parábola, salvo claro está los más entendidos, es que la única parábola que tiene un nombre propio es la que leeremos el próximo domingo, la del rico Epulón y el pobre Lázaro. Lo que no se sabe es que “epulón” significa rico y que el evangelio solamente dice “había un rico”. Después sí da el nombre del pobre. Cuando nosotros traducimos “el rico Epulón” estamos diciendo sencillamente “el rico rico”.
              ¿Saben lo único que se cuenta de este personaje? Tres cosas: que banqueteaba espléndidamente, que vestía de púrpura y lino, y “que le enterraron”. Se supone que esto último se cuenta porque sería un entierro fastuoso, como correspondía a su clase social. Pero no se da su nombre. Lo que quiere decir que es una persona sin rostro. Mucho ropaje externo, mucha parafernalia, pero nada de nada.
              No se critica que tuviera riquezas. Sólo lo que hacía con ellas: banquetear, vestir lujosamente y pasar de largo sin ayudar al pobre que yace a su puerta. Lo que se critica es el uso que hace de las riquezas y la insensibilidad ante el pobre. Claro, luego se añade cuál es el destino de este personaje: una sed que le corroe las entrañas y seca su lengua como la de una teja reseca.
              Éste es justamente el problema de nuestra sociedad y de nuestras sociedades. Utilizar los bienes sólo en beneficio propio y la insensibilidad frente al necesitado. Estos días he tenido que volver a leer las grandes encíclicas sociales. Y resumirlas para explicarlas a mis alumnos de Doctrina Social de la Iglesia. Trabajo pesado, vive Dios porque los papas se han empeñado en repetir una y otra vez lo que dijeron sus antecesores. Pero a base de tanto repetir, algo queda siempre. Que los bienes nos los ha dado Dios y los podemos poseer con tal de que sirvan a las necesidades de todos.
              Es decir, justo lo que nos empeñamos en no hacer. Dentro de cada Nación, cada uno, salvo excepciones, va a lo suyo. Con crisis o sin crisis, los que pueden gastan y gastan, insensibles ante la necesidad “ajena”. Hasta que la cosa llega a la propia familia, claro. Y si hablamos de la relación entre naciones, peor. Se puede gastar en lujos, en aeropuertos sin aviones, en armamentos, en coches de alta gama para los políticos, en engrosar cuentas en el extranjero de los vivos de turno. Pero no hay dinero ni siquiera para el 0,7 % para ayudas al desarrollo de los pueblos pobres.
               Pienso que esta parábola hay que leerla hoy más como una descripción de nuestro mundo colectivamente considerado que a nivel individual. Y que ahí nos encontramos muchos “sin rostros”. Problema de sensibilidad. ¿No estamos realmente alienados, sin nombre, sin rostro por tener mente y corazón puestos en el consumo? Nos espera un entierro en el que lo único seguro, como dice el papa Francisco y ya recordé aquí en alguna ocasión, llevaremos los bolsillos del sudario vacíos y no irá tras nuestros restos el camión de las mudanzas.                  

                                                              JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO     



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