¿Es nuestra
España de hoy un gigantesco patio de Monipodio, aquel patio sevillano de
Rinconete y Cortadillo en el que se tramaban todas las fechorías y latrocinios,
golferías y abominaciones de nuestra picaresca del s. XVI, según Cervantes?
De
Andalucía a Cataluña, de Valencia a Galicia, casi siempre pasando por Madrid,
hemos ido conociendo en los últimos 20 años las mIllonarias pillerías de Unión
y Convergencia, del PSOE (Filesa), del PP… y, en general, de casi todos los
políticos. Con la necesaria cooperación de empresarios y banqueros. Unos pocos
han sido condenados y otros declarados “inocentes”. Algunos de ellos siguen
“moralizando” a la sociedad española desde las cadenas de TV, cobrando, por
supuesto, buenas dietas.
La trama o
red de corrupción que diseña el administrador desleal del evangelio del próximo
domingo es un juego de chiquillos, como los de la novela de Cervantes, al lado
de la extensa red de forajidos de guante blanco que pulula por el Reino de la España actual.
Alguna vez
pensé que la diferencia entre la corrupción española y la peruana era que
mientras la primera era esporádica, la segunda forma parte del sistema. Ahora
ya no pienso así. Es NUESTRO mismo sistema político el que alberga la
corrupción para subsistir, sobre todo si pensamos en la financiación de los
partidos políticos. Aunque después sabemos que los fondos de la tal
financiación vayan a parar a las cuentas de los listos de turno y de sus
deudos.
Pero no es hoy
mi pretensión la denuncia y el lamento. Aunque haya que realizar esas denuncias y por más que todos deseemos
la rápida y honesta intervención de los jueces.
A lo que el
evangelio del domingo nos invita a todos es a preguntarnos: ¿contribuimos
nosotros de alguna manera a tamaña corrupción? Quizá ni lo hemos pensado y
hasta nos parece insultante la pregunta. No importa. Detengámonos en ella.
Quizá son pequeñas, pequeñísimas cosas. ¿Una ligera defraudación a Hacienda?
¿Un seguro impagado de un empleado o empleada por horas? ¿Un derroche de dinero
que podría haber sido empleado más solidariamente? ¿Acciones en empresas que se
dedican a negocios turbios e inmorales o se enriquecen explotando a
trabajadores en países del tercer mundo? Etc., etc. Por el derroche de los
bienes de su amo empezó el administrador desleal del evangelio. Y de derroches
sabemos mucho nosotros, a lo largo y ancho del territorio nacional.
Lo urgente,
por tanto, aunque no lo único necesario es que nos preguntemos: ¿soy yo tan
honrado como me creo o parezco? Aunque sea en pequeñísimas cosas. El Evangelio
nos lo dice: “el que no es fiel en lo poco tampoco lo es en lo mucho”. Las
dosis de iniquidad muchas veces no dependen de la voluntad personal sino de las
ocasiones y oportunidades que se nos presentan.
Los
honrados den gracias a Dios y perdonen la impertinencia. En todo caso, mi
cordial y entrañable saludo desde la cálida selva peruana.
JOSÉ MARÍA
YAGÜE CUADRADO
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