La fiesta del Cuerpo y
Sangre del Señor nos invita a examinar
nuestra caridad. O nuestro egoísmo. A redescubrir la templanza y la
austeridad para compartir nuestros
bienes con los necesitados que viven junto a nosotros.
La templanza ha sido alabada
por los pensadores de todos los siglos. A Cicerón se atribuye la sentencia que
reza: “La templanza es un gran capital”.
Quevedo pudo añadir que “Mucho peligro corre todo lo que templanza no
tiene”.
Sin embargo, en épocas de
prosperidad la virtud de la templanza parece ser una virtud olvidada. Hasta su
mismo nombre suena extraño y desoído. Llegados los tiempos de la crisis no nos
acostumbramos a vivir con sencillez y austeridad. No sabemos renunciar.
Es preciso rescatar el valor
antropológico de la templanza. En nuestros tiempos hay pocas palabras más
desprestigiadas que las de "renuncia" o "abnegación". En un
mundo que busca la eficacia a corto plazo, pase lo que pase y pese a quien
pese, la renuncia parece inhumana por antiproductiva.
Y, sin embargo, la renuncia
no es la virtud de los que se conforman con poco, sino la expresión del sueño
de los que aspiran a todo lo que de verdad vale. La abnegación no es un barato
consuelo para beatos: es el esfuerzo valeroso de aquellos que están dispuestos
a dar un poco por el todo. El hombre que no ha aprendido a renunciar, nunca
segará un trigal ni vendimiará una viña.
Para San Agustín, “la templanza es aquella
virtud del alma que modera y reprime el deseo de aquellas cosas que se apetecen
desordenadamente”.
En un sermón cuaresmal, San
Juan de Ávila contrapone al consejo de San Pedro el del mismo demonio:
“Hermanos, dice el príncipe de los apóstoles, sed templados. Tiene mucha razón por cierto. ¡Qué de males causa
este comer! ¡A cuántos derriba el enemigo! Hácelos hartar hasta no más, y vase
riendo de ellos, y envía a otro peor que él, y dice: ‘¡Cuál te lo dejo! Ve tú y
tiéntalo como quisieres, que bueno queda y aparejado para todo lo que de él
quisieres hacer’”
El ser humano vive ante lo
otro, los otros y el absolutamente Otro. En cada una de esas relaciones,
adquieren un puesto importante los valores tutelados por la virtud de la
templanza:
• Con relación a lo otro, se impone vivir el sentido de
la sobriedad, como signo del señorío del hombre frente a las cosas que lo
rodean. La austeridad de la vida y la superación de la fiebre consumista son
signos que reflejan la comprensión de una persona que sabe valorar su libertad.
• Con relación a los otros el ejercicio de la templanza refleja el valor de la
fraternidad y de la solidaridad con los más necesitados.
• Respecto al Absolutamente Otro, vivir en la
templanza significa aprender a descubrir un espacio y un sentido para la
adoración gratuita. La templanza es la respuesta valiente y generosa frente a
todas las tentaciones de idolatría.
El lema de Cáritas nos
invita a vivir con sobriedad y a pensar en las necesidades de los demás: "Vive
sencillamente para que otros sencillamente puedan vivir" .
José-Román
Flecha Andrés
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