Ni en sus más inspirados sueños habría podido Platón
imaginar una idea tan sumamente física: el ser humano perece esclavo frente a
la sombra del capital. Salvo las relaciones cercanas, todas las demás están
supeditadas a este aspecto.
El mundo ya no se configura en naciones sino en empresas; no
hay estabilidad geográfica sino inestabilidad mercantil. Es por eso que
cualquier relación humana, más allá de las de rostro y corazón, está
mediatizada por instituciones. El capital nos deshumaniza, nos separa, crea
entes de apariencia real que dicen servirnos para tratar de convertirnos en
siervos.
Capital, empresa, mercado, institución, son conceptos con
los que desayunamos cada día en pro de un supuesto desarrollo del país; pero
vacíos de humanidad, no tienen en cuenta a la persona en sus circunstancias y
arrasan con el individuo y la comunidad.
Lo importante para ellos es el “máximo beneficio”, pero
procuran no ser descarados diciéndonos que nos quieren, que están a nuestro
lado, que buscan lo mejor para nosotros, que nos dan el mayor interés o que
apoyan causas solidarias. Sabemos sus nombres propios porque no tienen
pudor en repetirlos por todos los medios. Su objetivo es el veneno que nos
esclaviza y aniquila. Siempre el “máximo beneficio” caiga quien caiga.
De la caverna de Platón hubo un preso que logró salir;
sabemos lo que le pasó cuando regresó a contar a sus compañeros lo que había
visto fuera de la cueva. Quiero pensar que nuestra historia no termina así.
Quiero creer que en todos hay un poso de trascendencia que nos despierta.
Conozco personas que inician el ascenso fuera de esta esclavitud, que tienen
iniciativas liberadoras, que proponen un pensamiento alternativo, que son
capaces de movilizar conciencias, que tratan como personas. Manda el
capital. Por ahora.
De Eclesalia.net
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