El mejor
halago hacia una persona es considerarla inteligente. Del buen uso de la
inteligencia procede la sabiduría. Sabio no es tanto el que sabe mucho, para
quien el idioma tiene otro sustantivo que es el de erudito. Sabio es el que,
desde un profundo conocimiento de la realidad, responde a sus desafíos con
acierto y encuentra la solución adecuada a las cuestiones, teóricas y
prácticas, que la vida va presentando. En tal
sentido, sabiduría equivale a prudencia, si bien la primera se relaciona más
con el entendimiento y la segunda con la voluntad, en cuanto así se denomina
una de las cuatro virtudes morales
(también conocidas antiguamente como virtudes cardinales. Procedente este
término de “cardo”, vocablo latino que tiene que ver con los quicios de la
puerta y no con los cardos que pican). Porque, en efecto, la prudencia con la
justicia, la fortaleza y la templanza constituyen el fundamento sólido sobre el
que gira armoniosamente, sin rechinar, toda la vida social. Rechinar hasta sacarnos
de quicio es lo que produce hoy cualquier movimiento de nuestra vida pública.
Viene todo
esto a cuento del 9-N de Cataluña, de la intención de voto de los españoles, de
la histeria ante un caso de ébola, y sobre todo de la no generalizada, pero sí
muy extendida corrupción de políticos y hombres de negocios de España, que,
como una muestra más de estulticia, se viene denominando el Estado español. Sabiduría y
prudencia parece que nos hubieran abandonado. Y con ellas las demás virtudes
cardinales. Porque conforman las cuatro una unidad de comportamiento de suerte
que, cuando desaparece una de ellas, las otras tres cojean inexorablemente. Lo
que se pierde entonces es el sentido común. Éste es precisamente el que se ha
alejado de la política, de los negocios, de la administración de los bienes
comunes y de la vida pública en general.
La ambición
de poder, es decir, conseguir o conservar el poder por el poder sin pretensión
de servicio a la justicia, junto con la codicia, la destemplanza y la
desvergüenza nos ha llevado a la ruina económica. (Nuestra deuda hipotecará
durante años nuestro crecimiento, progreso y el bienestar). Lo peor, sin
embargo, es la quiebra moral de la
sociedad. Caldo de cultivo para el deterioro de la familia, el descenso de la
natalidad, la pérdida de ilusión y esperanza en los jóvenes, el crecimiento del
paro, la reclamación de derechos inexistentes en cuanto tales (por ejemplo, el
del aborto), los disturbios callejeros injustificados, y la exasperación de la sociedad
que ve cómo se pierden la alegría y el disfrute del simple vivir.
Las
lecturas dominicales del domingo próximo, cuando no se sustituyen por el
aniversario de la dedicación de una basílica romana, lo que viene a ser también
una falta de sentido común litúrgico, nos ofrecen un precioso elogio de la Sabiduría , que hay que buscar,
desear y merecer. Mientras tanto, el evangelio propone el ejemplo de las diez
doncellas sensatas e insensatas, es decir, prudentes e imprudentes, sabias y
necias. Las primeras bien pertrechadas para que no les falte la luz en la
noche. Las otras, amenazadas de oscuridad y tinieblas. Como las sombras que hoy
se ciernen sobre nosotros si no espabilamos en busca de la sabiduría y la
prudencia.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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