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martes, 4 de noviembre de 2014

SABIDURÍA, PRUDENCIA, SENTIDO COMÚN


            El mejor halago hacia una persona es considerarla inteligente. Del buen uso de la inteligencia procede la sabiduría. Sabio no es tanto el que sabe mucho, para quien el idioma tiene otro sustantivo que es el de erudito. Sabio es el que, desde un profundo conocimiento de la realidad, responde a sus desafíos con acierto y encuentra la solución adecuada a las cuestiones, teóricas y prácticas, que la vida va presentando. En tal sentido, sabiduría equivale a prudencia, si bien la primera se relaciona más con el entendimiento y la segunda con la voluntad, en cuanto así se denomina una de las  cuatro virtudes morales (también conocidas antiguamente como virtudes cardinales. Procedente este término de “cardo”, vocablo latino que tiene que ver con los quicios de la puerta y no con los cardos que pican). Porque, en efecto, la prudencia con la justicia, la fortaleza y la templanza constituyen el fundamento sólido sobre el que gira armoniosamente, sin rechinar, toda la vida social. Rechinar hasta sacarnos de quicio es lo que produce hoy cualquier movimiento de nuestra vida pública.

            Viene todo esto a cuento del 9-N de Cataluña, de la intención de voto de los españoles, de la histeria ante un caso de ébola, y sobre todo de la no generalizada, pero sí muy extendida corrupción de políticos y hombres de negocios de España, que, como una muestra más de estulticia, se viene denominando el Estado español. Sabiduría y prudencia parece que nos hubieran abandonado. Y con ellas las demás virtudes cardinales. Porque conforman las cuatro una unidad de comportamiento de suerte que, cuando desaparece una de ellas, las otras tres cojean inexorablemente. Lo que se pierde entonces es el sentido común. Éste es precisamente el que se ha alejado de la política, de los negocios, de la administración de los bienes comunes y de la vida pública en general.

            La ambición de poder, es decir, conseguir o conservar el poder por el poder sin pretensión de servicio a la justicia, junto con la codicia, la destemplanza y la desvergüenza nos ha llevado a la ruina económica. (Nuestra deuda hipotecará durante años nuestro crecimiento, progreso y el bienestar). Lo peor, sin embargo, es  la quiebra moral de la sociedad. Caldo de cultivo para el deterioro de la familia, el descenso de la natalidad, la pérdida de ilusión y esperanza en los jóvenes, el crecimiento del paro, la reclamación de derechos inexistentes en cuanto tales (por ejemplo, el del aborto), los disturbios callejeros injustificados, y la exasperación de la sociedad que ve cómo se pierden la alegría y el disfrute del simple vivir.

            Las lecturas dominicales del domingo próximo, cuando no se sustituyen por el aniversario de la dedicación de una basílica romana, lo que viene a ser también una falta de sentido común litúrgico, nos ofrecen un precioso elogio de la Sabiduría, que hay que buscar, desear y merecer. Mientras tanto, el evangelio propone el ejemplo de las diez doncellas sensatas e insensatas, es decir, prudentes e imprudentes, sabias y necias. Las primeras bien pertrechadas para que no les falte la luz en la noche. Las otras, amenazadas de oscuridad y tinieblas. Como las sombras que hoy se ciernen sobre nosotros si no espabilamos en busca de la sabiduría y la prudencia.


                                                                                       JOSÉ MARÍA YAGÜE 


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