"El templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros" (1
Cor 3,17)
Mosaico del ábside de San Juan de Letrán. Roma. |
La liturgia renovada subraya de un modo más claro el
significado de la Iglesia-edificio como signo visible del único verdadero
templo que es el cuerpo personal de Cristo y su cuerpo místico, esto es, la
Iglesia esposa y madre, la cual celebra en un determinado lugar el culto en
espíritu y en verdad(cf. Jn 4,23; Hch 2,46ss). Por encima de la
sacralización del espíritu material, se nos estimula a captar en el Cristo
hombre-Dios la verdadera sacralidad que de él se comunica a todo el pueblo
santo y sacerdotal, bautizado y confirmado en el Espíritu, unido en la única
oblación al sumo y eterno sacerdote (Heb 10,14). [...]
La casa del pueblo de Dios, en lo que se refiere
a la estructura, el decoro y la funcionalidad, es algo que deben tomarse muy a
pecho todos los creyentes, pues en ella renacen a la vida divina y en ella
serán bendecidos para su último éxodo pascual hacia la patria. Es la casa de
todos y como tal debe ser cuidada y custodiada con amor; también en su aspecto
exterior, que es signo de nuestra pureza interior
De la oración de la dedicación de una iglesia:
Oh Dios, que diriges y santificas a tu Iglesia, acoge
nuestro canto en este día de fiesta. Este lugar es signo del misterio de la
Iglesia santificada por la sangre de Cristo, escogida por él como esposa,
virgen por la integridad de la fe, madre siempre fecunda por el poder del
Espíritu. Iglesia santa, viña elegida del Señor; Iglesia bienaventurada, morada
de Dios entre los hombres; Iglesia sublime, ciudad elevada sobre el monte,
clara a todos por su fulgor, donde resplandece como lámpara perenne el Cordero
y donde se eleva festivo el coro de los bienaventurados. Ahora, oh Padre,
envuelve de tu santidad esta Iglesia, a fin de que sea un lugar santo para
todos.
El misterio de la Iglesia se remonta más allá de la
historia. Son muchos los textos que hablan de ello: «Él nos eligió en Cristo
antes de la creación del mundo, para que fuéramos su pueblo y nos mantuviéramos
sin mancha en su presencia [...], misterioso plan, escondido desde el
principio de los siglos en Dios» (Ef 1,4y 3,9). Su preexistencia en la
sabiduría de Dios indica la naturaleza metahistórica de la Iglesia.
Las formas de la vida social son contingentes, pueden existir o no en función
de la evolución histórica, pero la Iglesia no depende de la historia; la
Iglesia irrumpe en el mundo precisamente porque su génesis está en otro
lugar. La Iglesia, «escondida desde toda la eternidad» en
Dios, preiniciada en el paraíso, prefigurada en Israel, desciende del cielo en
las lenguas de fuego, entra en la historia en Jerusalén, el día de
Pentecostés. Es la manifestación gradual de lo que está escondido y se dirige
hacia la «plenitud del que llena totalmente el universo» (Ef 1,23).
Todas las criaturas en la tierra, bajo la tierra y en los cielos doblan
la rodilla y convergen en la plenitud del Cristo total
P. Evdokimov
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