Ocurren
entre nosotros infinidad de hechos inconcebibles para una mínima racionalidad.
No sólo en España sino en el mundo. El cuenteo es imposible, pero mostremos
algunos para entrar en materia. Unos pocos son de de gran trascendencia porque
está en juego la vida humana: la desigualdad en el reparto de los bienes, hasta
el punto de que mientras unos derrochan, otros pasan hambre. A nivel mundial y
ahora también nacional. Unas niñas son atropelladas y mueren en la madrugada
por un conductor ebrio, mientras los padres de las adolescentes piensan que
cada una de ellas duerme en la casa de la otra amiga. Un joven de 20 años
alborota el gallinero de la comedia nacional haciéndose pasar por un
superministro allegado a la élite gubernamental y cortesana. Por supuesto, la
corrupción de la clase política y también de la no política. El fenómeno “Podemos”
que, en cuatro días como quien dice, puede convertirse en Gobierno de la Nación. La tomadura de
pelo de cuatro iluminados (paranoicos) a todas las instituciones del Estado y a
todos los españoles, incluidos los catalanes y, sobre todo, a sus seguidores
más adictos. Tres curas pederastas...
El párrafo
anterior ya es demasiado largo. Pero añada cada uno lo que quiera porque la
lista es inagotable. Peor aún se entiende todo esto si consideramos que el
personal se di-vierte (se echa fuera de sí mismo) con la contemplación de tan
triste espectáculo. Tertulias televisivas, noticieros, comentarios
tabernarios... todo en la misma línea. A la espera, nada más, de la última
estupidez. ¿Sirve de consuelo que la corrupción no sea patrimonio exclusivo de
los españoles sino que también se ha contagiado por el resto de la Península ? No pocos se
salen de este magma insustancial con otros temas no muy trascendentales tampoco:
por la vía del deporte o el espectáculo del sepelio de la gran Duquesa. Alienación
pura y dura.
Mientras
tanto, claro está, los jóvenes no atisban por donde puede derivar su porvenir y
muchos, muchísimos no encuentran otro horizonte que el ir a trabajar al
extranjero. Nos dicen que seis de cada diez. Lejos quizá encuentren trabajo,
pero, visto el panorama, es muy posible que tampoco hallen un mejor y mayor
sentido a la vida. ¿Cómo y por
qué es posible que toda esta irracionalidad se haya apoderado de la
“inteligente” especie humana? No se me ocurre otra respuesta que la del
desprecio, olvido o carencia de dos o tres pilares esenciales de la vida
humana. Destruidos los pilares, el edificio se derrumba. Sin sustancia, la
comida es incomestible. Eso nos pasa.
Pienso que
bastaría que nos pusiéramos un ratito a pensar y que, por ejemplo, asumiéramos
algo tan sencillo y universal como que “Dios es nuestro Padre, nosotros la
arcilla y Tú el alfarero, somos todos obra de tus manos”, para que algo, mucho,
comenzase a cambiar y la realidad adquiriese una dimensión nueva, diferente. Ya
sé que en la entraña de la posmodernidad está la ausencia de los grandes
relatos y también el vivir el momento sin horizontes de futuro. Pues quizá este
sea la raíz de la insustancialidad. ¿Seremos capaces de ponerla remedio? Un
nuevo año se abre ante nosotros. El domingo es primer Domingo de Adviento. Un
Nacimiento totalmente original se nos anuncia. Y también un orden y un futuro
nuevos. ¿Por qué no buscarlos en medio de tanta alienación? ¿O quizá
enajenación?
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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