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miércoles, 19 de noviembre de 2014

LAS OBRAS DE MISERICORDIA


            El Evangelio del domingo próximo, Fiesta de Cristo Rey, nos propone como camino de una vida con éxito el de las obras de misericordia. Recordémoslas:

            Según el Evangelio son seis: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar al enfermo, visitar al encarcelado, acoger al peregrino. La Iglesia ha añadido una más: enterrar a los muertos. Está tomada del libro de Tobías, porque este personaje se exponía, con riesgo de su vida, a enterrar a los muertos de su raza y religión en territorio hostil. Hoy no parece tener tanta vigencia entre nosotros. Si cumplir este deber tuviera asegurado el premio, yo trataría de emplearme en una funeraria. Así juntaría con no demasiado trabajo realizar a la vez un buen negocio para la vida presente y para la eterna. Logro harto difícil.

            En cambio, las otras seis, las evangélicas, tienen cada día más vigencia. La crisis nos ha acercado el hambre. Cada día los noticieros ponen ante nuestros ojos la realidad nada virtual del hambre en el mundo y entre nosotros. La contaminación y el cambio climático, consecuencias de la codicia humana, hacen cada día más escasa el agua potable. Enfermos y desnudos de dignidad y estima los tenemos siempre entre nosotros, pero muchos de ellos están ayunos de calor y auxilio humanos. Los encarcelados son cada vez más, víctimas en muchos casos de sistemas socio-económico-políticos deshumanizados. Los más ladrones, de guante blanco, no llegan a la cárcel y seguramente no faltan visitas a los pocos que finalmente entran en ella.

            Los peregrinos a los que se refiere el Evangelio no son ni los turistas, ni los que hoy hacen el camino de Santiago, ni los de los grandes congresos o jornadas, mezcla de entusiasmo socio-religioso y de turismo no muy caro, y bastante bien financiados. Los necesitados de misericordia y cordial acogida son los que pululan por nuestras calles, inmigrantes que llegaron para huir del hambre de sus países y pretenden encontrar una vida más digna. Algunos llegaron en las riesgosas pateras, otros tras encaramarse a las vallas con sus concertinas. Muchos que quisieron llegar, nunca llegaron.

            Me decía esta mañana una señora de misa diaria, al salir de un funeral en el que se proclamó esta lectura del Juicio final, que no entendía esta parábola. Que lo de la derecha y la izquierda, lo de las ovejas y cabras, le resultaba poco claro. Estaría muy de acuerdo con ella si me hubiese dicho que la práctica a la que se apunta es difícil y dura. Pero entender, se entiende a la primera. Hay dos clases de personas: la de quienes se ocupan de los demás y la de quienes sólo se interesan en sí mismos. Ya nos lo decía el evangelio de la semana pasada. Se nos condenará no por lo malo que hacemos, sino por lo que dejamos de hacer a favor de los otros. ¿Recuerdan al levita y al sacerdote de la parábola del Samaritano? ¿Recuerdan al Epulón que banquetea y viste espléndidamente sin enterarse del pobre que tiene a la puerta? No hacen nada malo ni unos ni otro. Pero carecen de misericordia. Sólo eso les condena. ¿Y nosotros?

            No olvidemos que tras el rostro del necesitado siempre está el de Cristo, identificado con todo sufriente. Observad detenidamente el cuadro que os ofrezco a continuación como recordatorio de algo tan decisivo como las obras de misericordia.

                                                                                             JOSÉ MARÍA YAGÜE


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