Por dos
veces repite en pocas líneas Juan el Bautista esta expresión: yo no lo conocía.
Se refiere naturalmente a Jesús de Nazaret. Lo leeremos en el evangelio del
próximo domingo. Según todos los indicios, atendiendo a lo que nos cuentan los
especialistas, Jesús y Juan el Bautista se conocían de tiempo atrás. Muchos
piensan incluso que Jesús había sido discípulo de Juan. Sin embargo, Juan
repite “yo no lo conocía”. ¿De qué
conocimiento se trata? En el Evangelio y otros escritos de San Juan, el término
“conocer” tiene un sentido nuevo que va más allá del puro conocimiento físico,
exterior. Así termina el Evangelio: “esto que os he escrito lo escribí para que
creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios,
y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn 20, 31). En otro
lugar se dice: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a tim el único dios
verdadero y al que tú has enviado, Jesucristo” (17, 3). Juan decía
que conoció a Jesucristo cuando, en el bautismo, vio que el cielo se abría y se
oyó una voz: “este es mi hijo amado, el predilecto”, mientras descendía sobre
él como una paloma. Es decir, a Jesús Juan lo conoce, con ese conocimiento
especial que da la vida, por una revelación singular de Dios.
Nosotros
nos llamamos cristianos. Al menos los mayores hemos oído desde niños muchas
cosas sobre Jesús. Su nacimiento, su muerte, sus milagros... Es cierto que los
niños y jóvenes de hoy quizá ni esto. Pero, en la mayoría de los casos, el
conocimiento que tenemos de Jesús ¿cómo es? ¿Capaz de despertar amor,
entusiasmo, seguimiento, un nuevo camino de vida? ¿Induce a dar una nueva
orientación a la propia vida? Se abre un
nuevo ciclo en la Liturgia
de la Iglesia
en la que cada día iremos leyendo los tres evangelios sinópticos empezando por
San Marcos y terminando por San Lucas allá por el mes de noviembre. Esta
lectura seguida de los evangelios más los textos seleccionados especialmente
para los domingos, si se leen despacio y orando con ellos, nos proporcionarán
un encuentro con Jesucristo que, con la acción del Espíritu, nos proporcionará
ese conocimiento interno que nos hace comprender toda la realidad de manera
nueva. Que transforma nuestra vida, dándola un nuevo sentido y dirección.
San Ignacio
de Loyola hablaba del conocimiento interno de Jesús. A sus ejercitantes les
invitaba a pedir continuamente ese conocimiento interno para poder amar a Jesús
y seguirlo. ¿Tenemos los cristianos –también sacerdotes y religiosos- un
conocimiento de Jesús de tal naturaleza
que dé sentido a nuestra vida? Y si andamos escasos de tal conocimiento, ¿lo
deseamos, lo buscamos, lo pedimos? Vivimos en momentos históricos en que los
soportes externos, institucionales, “tradicionales” son insuficientes para
sustentar una vida cristiana de verdad. Los nuevos paradigmas y modelos
sociológicos se tragan las tradiciones. Es necesario buscar la savia en el
interior. Dentro de nosotros y por el conocimiento interno de Jesucristo.
JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO
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