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martes, 28 de enero de 2014

EN TODO SEMEJANTE A NOSOTROS

            Siguiendo el curso natural de los domingos del Año Litúrgico, el próximo día 2 tocaría leer las bienaventuranzas. Por esas cosas que tienen nuestros liturgistas, la festividad de la Presentación del Señor prevalece sobre el domingo. De modo que leeremos en las misas del próximo domingo el relato lucano de esa Presentación del Señor en el Templo de Jerusalén. En el caso de Jesús, esto es mucho más que un rito establecido por la Ley de Moisés. ¿Qué quiere decir esa presentación en el caso de Jesús? Es, ni más ni menos, la expresión ritual de lo que es toda la vida de Jesús, es decir, estar presente ante Dios en todo momento y en todas las cosas,  estar consagrado, dedicado a los asuntos de su Padre. Que no son otros que la vida digna de sus hijos.  Esto no significa en absoluto que Jesús se vaya a pasar la vida en el Templo. Todo lo contrario. Queda claro que Jesús vive para Dios. Pero su vida tiene lugar allí donde se juegan los intereses de los hombres y las mujeres: la defensa de la vida, la promoción de las personas, sobre todo de los marginados, la curación de enfermos y la expulsión de los demonios, de todos los demonios que impiden al ser humano ser verdaderamente humano.

            Jesús no es un sacerdote al uso. Es sacerdote en la calle, en las casas, en el lago, ante los enfermos que pululan por los caminos de Galilea o por las calles de Jerusalén. Y, sobre todo, es sacerdote en la definitiva y total entrega de Sí mismo en la Cruz. La condición para ser ese sacerdote único, original, no es ni mucho menos el salirse de la condición humana por arriba o por los costados. Justamente lo contrario. Es ser en todo “semejante a nosotros”.  Tremenda paradoja. El que los cristianos confesamos como el Maestro, Señor y Guía se confunde con la gente, se deja tocar por los leprosos y él mismo los toca hasta quedar oficialmente impuro y contaminado, por lo cual ya no puede entrar en las ciudades y tiene que quedarse en las afueras (Mc 1, 45). En las periferias, que le gusta decir al papa Francisco. Pues, mientras tanto, los “confesantes” de la fe cristiana hacemos todo lo posible por sobresalir, por ser más que los demás. Tenemos tan metido en nuestra cabeza y en el corazón que ser alguien es distinguirse de los demás por la sabiduría, el dinero o el poder, en definitiva por las posesiones, que no entendemos que Cristo se haya hecho una más, uno de tantos.

            Comienza a ser así en su propio nacimiento fuera de la ciudad “porque no hay lugar para ellos en la posada”. Cumpliendo la Ley de la Purificación (con ofrenda de impuestos incluida). Viviendo en un pueblucho del que nada bueno puede salir, juntándose con los hombres y mujeres de la calle hasta ser considerado comilón y borracho, y muriendo como un delincuente en el patíbulo más deshonroso de la época. ¿Aprenderemos? Difícil lo tenemos pero es posible si Cristo es Alguien para nosotros. ¿Lo es de verdad?


                                                                           JOSÉ MARÍA YAGÜE

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