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jueves, 30 de enero de 2014

LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

"Yo soy la luz del mundo"  (Jn 8,12) 

Icono de la Presentación del Señor. Rublev. S. XV.

La figura central del ícono es como tantas veces, Jesucristo. De cada lado se encuentran dos personajes. Del lado izquierdo la Virgen María seguida de José y del lado derecho Simeón con la profetisa Ana. De esta manera consigue Rublev un equilibro en la distribución de los personajes y otorga la centralidad a Cristo. Las personas más cercanas a Cristo son las más relevantes en la acción de la escena. Efectivamente tanto en el ícono, como en la narración lucana, son el Anciano Simeón y la Virgen María quienes reciben la atención del lector.
María está representada con su manto de púrpura, cuyo color simboliza el martirio y el sufrimiento que tendrá como madre del Salvador. El texto tematiza justamente este sufrimiento con el anuncio de Simeón “una espada traspasará tu misma alma” (v. 35). Las manos cubiertas de María, Simeón y José resaltan la santidad y la solemnidad del momento de la ofrenda. La inclinación de la Virgen destaca su carácter de oferente y hasta se puede ver en ella un cierto porte sacerdotal. José por detrás va llevando en sus manos la ofrenda de las dos tórtolas o palomas (v. 24) que era la ofrenda de los pobres de Israel. Lev 12:8 dice literalmente: “Y si no tiene lo suficiente para un cordero, tomará entonces dos tórtolas o dos palominos, uno para holocausto y otro para expiación. El sacerdote hará expiación por ella, y quedará limpia.” En el Evangelio de Lucas, Jesús ha venido a rescatar a los pobres y por ello nace humildemente en un pesebre y es presentado al Templo con la ofrenda de los pobres. En algunos íconos las aves pueden estar representadas dentro de una jaula.
Simeón es el otro personaje central de la escena y por ello su proximidad a Cristo. El contacto visual expresan la importancia de este momento para Simeón que está esperando la llegada del Mesías, según se lo prometió el Espíritu (v. 26)  De acuerdo a la narración lucana, Simeón aparece siempre representado como un anciano venerable que tiene proximidad y probablemente acceso al altar con templete de la oblación. Se le pinta subido en una tarima que le otorga el rol del sacerdote que recibe la ofrenda del creyente. Como en muchos íconos, el encorvado de su cuerpo revela su entrada edad.  Esta idea resalta la larga espera del pueblo del Antiguo Testamento para que se cumpliese la llegada del Mesías. En este momento pareciese absorber con sus ojos la Luz de Cristo que tanto celebra en su oración: “han visto mis ojos tu salvación…luz para revelación a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (vv. 30.32).
La profetisa Ana aparece en este caso detrás del anciano Simeón. En algunos íconos la podemos ver como compañía de José y María, detrás de José. Suele portar una túnica oscura para indicar su viudez y puede llevar un rollo con largo escrito en sus manos, para indicar que era profetisa, tal cual lo afirma Lucas en el v. 36. En el caso de nuestro ícono Ana señala con la mano derecha al Salvador, mientras que en su mano izquierda lleva el rollo cerrado de sus profecías. Rubliev le ha dado una túnica en color verde que no destaca tanto su estado de viudez como su esperanza cumplida con la llegada del Salvador. Es ella también la que más claramente tiene desdibujada una sonrisa en sus labios.


Podemos considerar la fiesta que hoy celebramos como un puente entre la Navidad y la Pascua. La Madre de Dios constituye el vínculo de unión entre dos acontecimientos de la salvación, tanto por las palabras de Simeón como por el gesto de ofrenda del Hijo, símbolo y profecía de su sacerdocio de amor y de dolor en el Gólgota. Esta fiesta mantiene en Oriente la riqueza bíblica del título «encuentro»: encuentro «histórico» entre el Niño divino y el anciano Simeón, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la profecía y la realidad y, en la primera presentación oficial, entre Dios y su pueblo. En un sentido simbólico y en una dimensión escatológica, «encuentro» significa asimismo el abrazo de Dios con la humanidad redimida y la Iglesia (Ana y Simeón) o la Jerusalén celestial (el templo). En efecto, el templo y la Jerusalén antigua ya han pasado cuando el Rey divino entra en su casa llevado por María, verdadera puerta del cielo que introduce a Aquel que es el cielo, en el tiempo nuevo y espiritual de la humanidad redimida. A través de ella es como Simeón, experto y temeroso testigo de las divinas promesas y de las expectativas humanas, saluda en aquel Recién nacido la salvación de todos los pueblos y tiene entre sus brazos la «luz para iluminar a las naciones» y la «gloria de tu pueblo, Israel».


¿Por qué, oh Virgen, miras a este Niño? Este Niño, con el secreto poder de su divinidad, ha extendido el cielo como una piel y ha mantenido suspendida la tierra sobre la nada; ha creado el agua a fin de que hiciera de soporte al mundo. Este Niño, oh Virgen purísima, rige al sol, gobierna a la luna, es el tesorero de los vientos y tiene poder y dominio, oh Virgen, sobre todas las cosas. Pero tú, oh Virgen, que oyes hablar del poder de este Niño, no esperes la realización de una alegría terrena, sino una alegría espiritual (Timoteo de Jerusalén, siglo VI).

Lecturas del día:

Vídeo de la Fiesta:



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