El Evangelio de hoy nos narra cómo San Juan Bautista señala a Jesús como "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29).
El evangelista Juan, muy probablemente emparentado con sacerdotes del Templo (Jn 18,16), hace hincapié en varias ocasiones en este tema clave.
Antes que nada, conviene saber que en la época de Jesús se ofrecían dos sacrificios diarios de un cordero en el Templo de Jerusalén, uno por la mañana y otro por la tarde, como expiación por los pecados del pueblo de Israel.
El evangelista, por boca del Bautista, nos dice que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Esto es, no solamente los pecados del pueblo de Israel, sino los del mundo, abriéndose así la redención a todos los hombres, tanto judíos como gentiles.
El evangelista Juan, muy probablemente emparentado con sacerdotes del Templo (Jn 18,16), hace hincapié en varias ocasiones en este tema clave.
Antes que nada, conviene saber que en la época de Jesús se ofrecían dos sacrificios diarios de un cordero en el Templo de Jerusalén, uno por la mañana y otro por la tarde, como expiación por los pecados del pueblo de Israel.
El evangelista, por boca del Bautista, nos dice que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Esto es, no solamente los pecados del pueblo de Israel, sino los del mundo, abriéndose así la redención a todos los hombres, tanto judíos como gentiles.
San Juan agrega el detalle que Pilato entregó a Jesús para
ser crucificado cerca del mediodía (“hacia la hora sexta”) del día de la
preparación (Jn. 19:14-16). Entonces tenía que saber que los sacerdotes empezaban a sacrificar los corderos
pascuales en “la hora sexta” el día de la preparación. Claramente, el
evangelista quiere mostrar que Jesús es el cordero pascual conducido al
sacrificio.
Así pues, la muerte de Jesucristo en la cruz supone el sacrificio definitivo que nos libra del pecado, transcendiendo el templo material de Jerusalén de la Antigua Alianza y haciendo parte a los cristianos de un templo espiritual cuya piedra angular es Él.
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