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jueves, 16 de enero de 2014

SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

"Está escrito en el libro que cumpla tu voluntad"  (Sal 39,8b-9a)

Adoración del Cordero Místico. Van Eyck. S. XV

Para que tuviéramos la luz, te hiciste ciego. Para que obtuviéramos la unión, experimentaste la separación del Padre. Para que poseyéramos la sabiduría, te hiciste «ignorancia». Para que nos revistiéramos de la inocencia, te convertiste en «pecado». Para que esperáramos, casi te desesperaste. Para que estuviera Dios en nosotros, lo sentiste lejos de ti. Para que fuera nuestro el cielo, sentiste el infierno. Para darnos una apacible morada en la tierra entre cientos de hermanos, fuiste excluido del cielo y de la tierra, de los hombres y de la naturaleza. Eres Dios, eres mi Dios, nuestro Dios de amor infinito. 
                                                                                                   Chiara Lubich


Tú eres en verdad el único Señor; tú, cuyo dominio sobre nosotros es nuestra salvación, y nuestro servicio a ti no es otra cosa que ser salvados por ti. ¿Cuál es tu salvación, Señor, origen de la salvación, y cuál tu bendición sobre tu pueblo, sino el hecho de que hemos recibido de ti el don de amarte y de ser por ti amados? Por esto has querido que el Hijo de tu diestra, el hombre que has confirmado para ti, sea llamado Jesús, es decir, Salvador, porque «él salvará a su pueblo de los pecados» (Mt 1,21) y «ningún otro puede salvar» (Hch 4,12). Él nos ha enseñado a amarlo cuando, antes que nadie, nos ha amado hasta la muerte en la cruz. Por su amor y afecto suscita en nosotros el amor hacia él, que fue el primero en amarnos hasta el extremo.
Así es, desde luego. Tú nos amaste primero para que nosotros te amáramos. No es que tengas necesidad de ser amado por nosotros, pero nos habías hecho para algo que no podíamos ser sin amarte [...].
Tal es la Palabra que tú nos dirigiste, Señor: el Verbo todopoderoso que, en medio del silencio que mantenían todos los seres -es decir, el abismo del error-, vino desde el trono real de los cielos a destruir enérgicamente los errores y a hacer prevalecer dulcemente el amor. Y todo lo que hizo, todo lo que dijo sobre la tierra, desde los oprobios, los salivazos y las bofetadas, hasta la cruz y el sepulcro, no fue otra cosa que la Palabra que tú nos dirigías por medio de tu Hijo, provocando y suscitando, con tu amor, nuestro amor hacia ti. Sabías, en efecto, Dios creador de las almas, que las almas de los hombres no pueden ser constreñidas a ese afecto, sino que conviene estimularlas, porque donde hay coacción no hay libertad, y donde no hay libertad no existe justicia tampoco.

Quisiste, pues, que te amáramos los que no podíamos ser salvados por la justicia, sino por el amor, pero no podíamos tampoco amarte sin que este amor procediera de ti. Así pues, Señor, como dice tu apóstol predilecto, y como también aquí hemos dicho, tú nos amaste primero, y te adelantas en el amor a todos los que te aman. Nosotros, en cambio, te amamos con el afecto amoroso que tú has depositado en nuestro interior. Por el contrario, tú, el más bueno y el sumo bien, amas con un amor que es tu bondad misma, el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, el cual, desde el comienzo de la creación, se cierne sobre las aguas, es decir, sobre las mentes fluctuantes de los hombres, ofreciéndose a todos, atrayendo hacia sí todas las cosas, inspirando, aspirando, protegiendo de lo dañino, favoreciendo lo beneficioso, uniendo a Dios con nosotros y a nosotros con Dios (del tratado de Guillermo, abad del monasterio de San Teodorico, Sobre la contemplación de Dios 9-11; SC 61, 90-96).


Lecturas del domingo:
http://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/?f=2014-01-19

Vídeo del día:
http://www.youtube.com/watch?v=YlWKrA0IX_8&list=UUUpxM9aeGr1dAVvlSX9VFdQ&feature=c4-overview



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