"Está escrito en el libro que cumpla tu voluntad" (Sal
39,8b-9a)
Adoración del Cordero Místico. Van Eyck. S. XV |
Para que tuviéramos la luz, te hiciste ciego. Para que
obtuviéramos la unión, experimentaste la separación del Padre. Para que
poseyéramos la sabiduría, te hiciste «ignorancia». Para que nos revistiéramos
de la inocencia, te convertiste en «pecado». Para que esperáramos, casi te
desesperaste. Para que estuviera Dios en nosotros, lo sentiste lejos de ti.
Para que fuera nuestro el cielo, sentiste el infierno. Para darnos una apacible
morada en la tierra entre cientos de hermanos, fuiste excluido del cielo y de
la tierra, de los hombres y de la naturaleza. Eres Dios, eres mi Dios, nuestro Dios
de amor infinito.
Chiara Lubich
Tú eres en verdad el único Señor; tú, cuyo dominio sobre
nosotros es nuestra salvación, y nuestro servicio a ti no es otra cosa que ser
salvados por ti. ¿Cuál es tu salvación, Señor, origen de la salvación, y cuál
tu bendición sobre tu pueblo, sino el hecho de que hemos recibido de ti el don
de amarte y de ser por ti amados? Por esto has querido que el Hijo de tu
diestra, el hombre que has confirmado para ti, sea llamado Jesús, es decir,
Salvador, porque «él salvará a su pueblo de los pecados» (Mt 1,21) y «ningún
otro puede salvar» (Hch 4,12). Él nos ha enseñado a amarlo cuando, antes
que nadie, nos ha amado hasta la muerte en la cruz. Por su amor y afecto
suscita en nosotros el amor hacia él, que fue el primero en amarnos hasta el
extremo.
Así es, desde luego. Tú nos amaste primero para que nosotros
te amáramos. No es que tengas necesidad de ser amado por nosotros, pero nos
habías hecho para algo que no podíamos ser sin amarte [...].
Tal es la Palabra que tú nos dirigiste, Señor: el Verbo
todopoderoso que, en medio del silencio que mantenían todos los seres -es
decir, el abismo del error-, vino desde el trono real de los cielos a destruir
enérgicamente los errores y a hacer prevalecer dulcemente el amor. Y todo lo
que hizo, todo lo que dijo sobre la tierra, desde los oprobios, los salivazos y
las bofetadas, hasta la cruz y el sepulcro, no fue otra cosa que la Palabra que
tú nos dirigías por medio de tu Hijo, provocando y suscitando, con tu amor,
nuestro amor hacia ti. Sabías, en efecto, Dios creador de las almas, que las
almas de los hombres no pueden ser constreñidas a ese afecto, sino que conviene
estimularlas, porque donde hay coacción no hay libertad, y donde no hay
libertad no existe justicia tampoco.
Quisiste, pues, que te amáramos los que no podíamos ser
salvados por la justicia, sino por el amor, pero no podíamos tampoco amarte sin
que este amor procediera de ti. Así pues, Señor, como dice tu apóstol
predilecto, y como también aquí hemos dicho, tú nos amaste primero, y te
adelantas en el amor a todos los que te aman. Nosotros, en cambio, te amamos
con el afecto amoroso que tú has depositado en nuestro interior. Por el
contrario, tú, el más bueno y el sumo bien, amas con un amor que es tu bondad
misma, el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, el cual, desde el
comienzo de la creación, se cierne sobre las aguas, es decir, sobre las mentes
fluctuantes de los hombres, ofreciéndose a todos, atrayendo hacia sí todas las
cosas, inspirando, aspirando, protegiendo de lo dañino, favoreciendo lo
beneficioso, uniendo a Dios con nosotros y a nosotros con Dios (del tratado de
Guillermo, abad del monasterio de San Teodorico, Sobre la contemplación de
Dios 9-11; SC 61, 90-96).
Lecturas del domingo:
http://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/?f=2014-01-19
Vídeo del día:
http://www.youtube.com/watch?v=YlWKrA0IX_8&list=UUUpxM9aeGr1dAVvlSX9VFdQ&feature=c4-overview
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