“No he venido a traer la paz sino la guerra”. Directo,
elemental y paradójico. Insólito e incomprensible en labios de Jesús. El
llamado príncipe de la paz, el que ha venido a reconciliar el cielo con la
tierra; quien habla de poner la otra mejilla... ahora dice que ha venido a
traer la guerra.
Incomprensible.
¿Cuál es la clave para entender esto? Quizá nuestra sociedad ofrece una pista
no desdeñable: todo hoy induce a no meterse en líos, a evitar el conflicto a
toda costa, al “buenismo”, a la máxima tolerancia, a la permisividad... Lo que
se llama la cultura light, neologismo inglés aceptado por la Real Academia de la Lengua , o sea descafeinado.
Todo esto que se predica y se practica, pero que conduce a una mayor violencia,
a la glorificación de los malhechores, al abuso contra los débiles y los
inocentes, a la pérdida de confianza en las personas honestas. En síntesis, a
la exención de cualquier tipo de responsabilidad personal.
Frente a
una sociedad así, el profeta verdadero no permanece indiferente, no calla. Y se
convierte en fuente de conflicto. Los profetas juegan con fuego. Pasó con
Jeremías arrojado a un aljibe por orden del rey, a instancias de los
principales, quienes no toleraban sus denuncias. A Jeremías le sacaron del
aljibe. Pasó con Cristo, pero a Cristo lo crucificaron y no lo bajaron de la
cruz sino muerto.
No se trata
de volver a los tiempos de los profetas de calamidades, de anunciar con voz
cavernosa los castigos del infierno, de difundir la imagen de un Dios ofendido
y severo que castiga inexorablemente. Pero sí de tomarse en serio la vida
humana y el Evangelio. Éste, que siempre es buena noticia, nos habla de pasar
por un bautismo, que no es otro que el trabajo, el sacrificio, la
responsabilidad, la lucha contra el mal.
“No habéis
llegado a la sangre en vuestra lucha contra el pecado”. Ah! ¿Es que existe el
pecado? Este es el asunto y aquí está la clave. Que hemos caído en la
ingenuidad de pensar que sin lucha, sin esfuerzo, obtendremos la felicidad y un mundo ideal. Y que el pecado no existe. Error,
tremendo error. Error que
ya intuía Albert Einstein cuando afirmaba “no sé cómo será la tercera guerra
mundial, pero sí sé que la cuarta será con piedras y lanzas”. Porque dejando
suelto al ser humano, en libertad sin otros valores, en activismo sin
conciencia, en disfrute de todas las posibilidades sin considerar que existe el
otro,... podremos derivar en una tercera guerra que termine con toda la
civilización lograda a costa de siglos y para la cuarta no quede nada.
Quizá todo
esto resulte demasiado simple y elemental. Pero un pensamiento simple, si
responde a la realidad, es más eficaz. “Recordad al que soportó la oposición de
los pecadores y no os canséis ni perdáis el ánimo”, sugiero yo con el autor del
texto de Hebreos que nos ofrece la
Liturgia del próximo domingo.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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