Si alguna persona ha existido en el mundo
inclasificable y sorprendente, esa persona es Jesús de Nazaret. Por eso chocan
necesariamente sus respuestas y sus propuestas son originales, únicas. El
evangelio del domingo próximo es fantástico. De un notable sentido común e insólitamente calculador en la primera
parte, se pasa, en la segunda, a una sugerencia absolutamente contracorriente. Veamos.
Viendo
cómo, en los
banquetes, muchos buscan los primeros puestos, sugiere lo opuesto: sentarse en
los últimos
lugares para que cuando llegue el anfitrión haga ascender a los sitios de
honor a los que no tienen pretensiones. Así los humildes quedan ensalzados. No parece que a
Jesús le interesasen personalmente los primeros
puestos o quedar bien ante la gente. Pero no es malo ser ensalzado por los demás y siempre ayuda a la autoestima de quienes la
tienen debilitada.
Lo más chocante, sin embargo, es la
segunda parte. Resulta una propuesta contracorriente en aquel tiempo y, sobre
todo, en el nuestro. No sólo en los negocios, sino en todas las dimensiones del quehacer
humano, se busca la recompensa, la ganancia. La gratuidad ha desaparecido de
las relaciones humanas. Se impone el "do ut des", es decir, el dar para que
me des. Pues bien, la propuesta de Jesús va en sentido completamente opuesto. Cuando invites a alguien, hazlo
a quien no puede corresponderte, a quien ni siquiera te puede reconocer.
Los
cuatro tipos de personas a quienes se sugiere dirigir los favores tienen su qué: los pobres
que no te pueden devolver el favor; los cojos y lisiados a quienes tienes que
esperar porque llegarán tarde y tendrás que ir a buscarlos tú mismo; los ciegos que cuando pases ante ellos ni siquiera te pueden
dar las gracias porque no te ven.
En
síntesis: la
pura gratuidad. Que, en definitiva, procede de la misericordia y la compasión aderezada
con una buena dosis de generosidad. Esas actitudes vitales, sin las que tampoco
funciona la justicia, como recordó a los mismísimos financieros y empresarios el papa Benedicto XVI. Lo que ocurre
porque sin misericordia termina imponiéndose la codicia que, en efecto es una idolatría. Ni habrá paz porque
se impondrá la competencia, que genera la rivalidad
para alcanzar los primeros puestos.
Vayan
con estas líneas mi saludo a todos los lectores desde la selva del Perú, donde me
encuentro desde hace dos semanas. Tal es el motivo de mi "huelga" de
la semana pasada. Y también de estas letras porque, desde estas
latitudes, las cosas se ven de manera distinta. Por aquí estaremos un mes más.
JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO
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