Es fácil
caer en la cuenta de la importancia de la atención en lo cotidiano. Por
desgracia, las noticias de cada día nos alertan de consecuencias trágicas por
la falta de atención. Una breve distracción de dos minutos, por una llamada por
teléfono o por lo que sea, provoca la muerte de 79 personas. Un “pequeño”
despiste al volante del automóvil puede terminar con nuestra vida y la de los
demás. Como esto
lo sabemos por su evidencia, no solemos distraernos demasiado en asuntos tan
patentes. Aún así, mucho más de lo que convendría. Si estuviéramos menos
distraídos y más atentos siempre, sin duda ocurrirían menos accidentes.
Pero hay asuntos
en los que las distracciones se notan menos, pasan desapercibidas para nosotros
y para los demás y, sin embargo, también producen trágicos resultados. Son
asuntos en los que no está en juego la supervivencia material, pero sí el
sentido mismo de la vida y el valor de la persona. Quiero
decir que no basta poner atención en las acciones, en el movimiento. Hay que
estar atentos a todo lo que somos, lo que nos pasa y lo que hacemos; a todo y a
todos los que nos rodean. La atención es una actitud interior muy profunda que
se traduce en el compromiso por vivir bien y hacer vivir bien a los demás. Por
supuesto, es más fácil ser despistado o hacerse el despistado. Así no te
comprometes. Vas “a tu bola”, nada te reprochas y piensas que nadie debe
reprocharte nada. El pretexto está a flor de labios: no supe, no me enteré, no
caí en la cuenta...
Aquella
joven filósofo que terminó muriendo con poco más de 30 años porque era incapaz
de comer más y mejor, de tratarse bien, aun estando enferma, que los soldados
en el frente, durante la Segunda Guerra
mundial, nos había dejado escritas páginas admirables e instructivas sobre la
atención:
Se llamaba
Simone Weil y nos decía esto: “Y, sobre todo, vivir con atención. No permitir
que las cualidades naturales se atrofien por falta de práctica. No volver la
mirada para evitar el compromiso con el dolor. Mirar con atención a la vida, a
cuanto nos rodea. Atención, atención, atención. Si sólo estudiáramos con
atención, escucháramos con atención, orásemos con atención, mirásemos a los
rostros con atención, ahí estarían todas las llamadas y todos los motivos. Pero
para ello hay que entrenarse”. Y
continúa: “no te puedes impedir hacer el esfuerzo supremo... No tengo por qué
temer que no llegue a hacer el esfuerzo supremo. Con la única condición de no
mentirme a mi misma y de poner atención”.
Esto se
llama autenticidad. Y es lo que Jesús nos sugiere como estilo de vida en el
evangelio del domingo próximo: “tened ceñida la cintura y encendidas las
lámparas. Estad como los que aguardan a su Señor para abrirle apenas llegue y
llame”. No nos
facilita la atención a lo esencial el modo moderno de vivir: la velocidad, los
viajes, los medios e instrumentos de comunicación, los ruidos.... Algo y muy
serio tendremos que cambiar para estar atentos y ser auténticos.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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