"Dichoso el criado si, al llegar su amo, le encuentra haciendo lo que debe" (Lc 12,43)
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Lecturas del día:
http://www.servicioskoinonia.org/biblico/calendario/texto.php?codigo=20130811&cicloactivo=2013&cepif=0&cascen=0&ccorpus=0
Eres tú, Señor, la luz que ilumina mi camino. Con
excesiva frecuencia me encuentro solo y perdido por los caminos de este mundo.
Con excesiva frecuencia me siento presa o víctima de oscuros asaltos que
obnubilan los ojos de mi mente y de mi corazón. Inúndame, Señor, con la luz de
tu Palabra.
Eres tú, Señor, el fundamento de la promesa en la que
está firmemente asentada mi fe. Con excesiva frecuencia me siento débil e
inestable frente a las promesas alternativas que me llegan de todas partes y
cada dos por tres. Con excesiva frecuencia me siento atraído y casi seducido
por promesas totalmente contrarias a la tuya. Lléname, Señor, con la fuerza de
tu promesa.
Eres tú, Señor, el dador de todo bien. Con excesiva
frecuencia el mundo me hace probar bienes que me apartan de tu mesa y me
distraen de tus propuestas. Con excesiva frecuencia me veo expuesto a las
seducciones de «alimentos terrenos» que satisfacen mi paladar pero no alimentan
mi vida. Hazme gustar, Señor, los bienes que son tuyos, pero sobre todo a ti,
que eres mi único bien.
Eres tú, Señor, mi bienaventuranza. Con excesiva
frecuencia oigo que, en el mundo, son proclamados bienaventurados los ricos,
los poderosos, los vividores. Con excesiva frecuencia veo oprimidos y
perseguidos a aquellos que te siguen por el camino del Evangelio. Hazme participar,
Señor, de esa alegría que sólo puede derivar de la práctica de las
bienaventuranzas evangélicas.
Impulsados por la caridad que procede de Dios, hacen el bien
a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe (cf. Gal 6,10),
despojándose «de toda maldad y de todo engaño, de hipocresías, envidias y
maledicencias» (1 Pe 2,1), atrayendo de esta forma los hombres a Cristo. Mas la
caridad de Dios que «se ha derramado en nuestros corazones por virtud del
Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5,5), hace a los seglares capaces de
expresar realmente en su vida el espíritu de las bienaventuranzas. Siguiendo a
Cristo pobre, ni se abaten por la escasez ni se ensoberbecen por la abundancia
de los bienes temporales; imitando a Cristo humilde, no ambicionan la gloria
vana (cf. Gal 5,26), sino que procuran agradar a Dios antes que a los
hombres, preparados siempre a dejarlo todo por Cristo (cf. Lc 14,26), a
padecer persecución por la justicia (cf. Mt 5,10), recordando las palabras
del Señor: «Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su
cruz y sígame» (Mt 16,24). Cultivando entre sí la amistad cristiana, se ayudan
mutuamente en cualquier necesidad.
La espiritualidad de los laicos debe tomar su nota
característica del estado de matrimonio y de familia, de soltería o de viudez,
de la condición de enfermedad, de la actividad profesional y social. No
descuiden, pues, el cultivo asiduo de las cualidades y dotes convenientes para
ello que se les ha dado y el uso de los propios dones recibidos del Espíritu
Santo (Concilio Vaticano II, Decreto sobre el apostolado seglar Apostólicam
actuositatem, 4).
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