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jueves, 29 de agosto de 2013

22 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

"¡Dichoso tú si no pueden pagarte!"  (Lc 14,14)



Poner la humildad en el centro de nuestras consideraciones no es, a buen seguro, cosa fácil hoy; entre otras causas, porque el término «humildad» parece haber sido erradicado por completo del vocabulario corriente. Y si el vocabulario lo ignora, eso significa que la humildad, como actitud de vida, se ha convertido ahora en un opcional; más aún, en una rareza indeseable. Sin embargo, no sólo el cristiano, sino todo verdadero creyente, si se mantiene en la escuela de Dios y, con mayor razón, en la escuela del Evangelio, advierte que se siente más llamado cada día a caminar por el sendero de la humildad. Éste es el camino que Dios abrió del cielo a la tierra cuando él bajó a nosotros. Éste es el camino por el que Cristo se movió cuando vivía en medio de nosotros. Éste es el camino por el que han andado los santos y los mártires. Éste es el camino de la perfección cristiana, el que se abre ante todos aquellos que, como peregrinos sobre la tierra, se sienten llamados a la patria del cielo.

La liturgia de la Palabra de hoy pone de manifiesto, por otra parte, el aspecto positivo de la humildad cuando la acogemos de un modo sincero y animoso como actitud de vida: con ella y por ella se nos admite en el banquete del Reino. Ella es el traje de boda del que no podemos prescindir; con ella, en cambio, llegamos a ser agradables al Señor y somos admitidos a la alegría del banquete nupcial. Es como decir que la humildad nos hace semejantes a Jesús y que sólo de este modo reconoce Jesús en nosotros nuestra semejanza con él. La humildad es, para un cristiano, actitud de vida y actitud interior, al mismo tiempo. Si no es humilde el ánimo, no pueden ser humildes las palabras y los gestos. Es ésta una lección que sólo podemos aprender de Jesús. Fue él quien dijo -y se dirigía a sus discípulos-: «Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas» (Mt 11,29). ¿Quién de nosotros puede decir con toda verdad que ha «aprendido sobre Cristo» (Ef 4,20)?

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¡Tú eres, Señor, el Padre de los humildes! Hazme comprender, oh Señor, que tu paternidad se manifiesta en plenitud sólo cuando encuentra hijos sencillos y humildes. Hazme comprender, oh Señor, que mi filiación se manifestará en plenitud sólo cuando te reconozca como el Padre de los últimos.
¡Tú eres, Señor, el Padre de los huérfanos y el defensor de las viudas! Hazme comprender, oh Señor, que tu paternidad se revela plenamente sólo cuando se ejerce con las categorías más expuestas de nuestra vida social. Hazme comprender, oh Señor, que mi filiación alcanzará su cima sólo cuando me abra con generosidad a las necesidades materiales y espirituales de mis hermanos y hermanas más débiles.

¡Tú le preparas una tierra, oh Señor, al indigente! Hazme comprender, oh Señor, que tu providencia a lo largo de la historia se manifiesta siempre con gestos concretos y tangibles, tendentes a rehabilitar y recalificar a todos los que han conocido la humillación de las diferentes pobrezas. Hazme comprender, oh Señor, que la filiación que me has regalado me pide un compromiso histórico valiente y firme en favor de todos los que, con excesiva frecuencia, excluye la sociedad como personas improductivas e indeseables.


Lecturas de este domingo:
http://www.servicioskoinonia.org/biblico/calendario/texto.php?codigo=20130901&cicloactivo=2013&cepif=0&cascen=0&ccorpus=0


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