"¡Dichoso tú si no pueden pagarte!" (Lc 14,14)
Lecturas de este domingo:
http://www.servicioskoinonia.org/biblico/calendario/texto.php?codigo=20130901&cicloactivo=2013&cepif=0&cascen=0&ccorpus=0
Poner la humildad en el centro de nuestras consideraciones
no es, a buen seguro, cosa fácil hoy; entre otras causas, porque el término
«humildad» parece haber sido erradicado por completo del vocabulario corriente.
Y si el vocabulario lo ignora, eso significa que la humildad, como
actitud de vida, se ha convertido ahora en un opcional; más aún, en
una rareza indeseable. Sin embargo, no sólo el cristiano, sino todo verdadero
creyente, si se mantiene en la escuela de Dios y, con mayor razón, en la escuela
del Evangelio, advierte que se siente más llamado cada día a caminar por el
sendero de la humildad. Éste es el camino que Dios abrió del cielo a la tierra
cuando él bajó a nosotros. Éste es el camino por el que Cristo se movió cuando
vivía en medio de nosotros. Éste es el camino por el que han andado los santos
y los mártires. Éste es el camino de la perfección cristiana, el que se abre
ante todos aquellos que, como peregrinos sobre la tierra, se sienten llamados a
la patria del cielo.
La liturgia de la Palabra de hoy pone de manifiesto, por
otra parte, el aspecto positivo de la humildad cuando la acogemos de un modo
sincero y animoso como actitud de vida: con ella y por ella se nos admite en el
banquete del Reino. Ella es el traje de boda del que no podemos prescindir; con
ella, en cambio, llegamos a ser agradables al Señor y somos admitidos a la
alegría del banquete nupcial. Es como decir que la humildad nos hace semejantes
a Jesús y que sólo de este modo reconoce Jesús en nosotros nuestra semejanza
con él. La humildad es, para un cristiano, actitud de vida y actitud interior,
al mismo tiempo. Si no es humilde el ánimo, no pueden ser humildes las palabras
y los gestos. Es ésta una lección que sólo podemos aprender de Jesús. Fue él
quien dijo -y se dirigía a sus discípulos-: «Aprended de mí, que soy
sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas» (Mt
11,29). ¿Quién de nosotros puede decir con toda verdad que ha «aprendido sobre
Cristo» (Ef 4,20)?
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¡Tú eres, Señor, el Padre de los humildes! Hazme
comprender, oh Señor, que tu paternidad se manifiesta en plenitud sólo cuando
encuentra hijos sencillos y humildes. Hazme comprender, oh Señor, que mi
filiación se manifestará en plenitud sólo cuando te reconozca como el Padre de
los últimos.
¡Tú eres, Señor, el Padre de los huérfanos y el defensor de
las viudas! Hazme comprender, oh Señor, que tu paternidad se revela
plenamente sólo cuando se ejerce con las categorías más expuestas de nuestra
vida social. Hazme comprender, oh Señor, que mi filiación alcanzará su cima
sólo cuando me abra con generosidad a las necesidades materiales y espirituales
de mis hermanos y hermanas más débiles.
¡Tú le preparas una tierra, oh Señor, al indigente! Hazme
comprender, oh Señor, que tu providencia a lo largo de la historia se
manifiesta siempre con gestos concretos y tangibles, tendentes a rehabilitar y
recalificar a todos los que han conocido la humillación de las diferentes
pobrezas. Hazme comprender, oh Señor, que la filiación que me has regalado me
pide un compromiso histórico valiente y firme en favor de todos los que, con
excesiva frecuencia, excluye la sociedad como personas improductivas e
indeseables.
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