"¡Señor mío y Dios mío!" (Jn 20,28)
"Estaba muerto, pero ahora vivo para siempre". Jesús vino a compartir en todo nuestra condición humana, y
ahora también nosotros tenemos en él la certeza de que la muerte no es la
última palabra pronunciada sobre nuestro destino. Esta certeza cambia de manera
radical la orientación de nuestro corazón. En él, vivo, también nosotros
vivimos una vida nueva. Así pues, es importante que todos nuestros
pensamientos, todas nuestras acciones, todos nuestros encuentros, estén
imbuidos de la alegría y de la novedad de la vida resucitada que Jesús ha
venido a traernos. La comunidad cristiana es el lugar en el que podemos llevar
a cabo y alimentar de manera estable la experiencia de la vida nueva, repleta
por fin de sentido y liberada de la angustia y del miedo.
Sin embargo, con excesiva frecuencia nos mostramos tardos e
incrédulos, y nos reconocemos fácilmente en la figura de Tomás, el apóstol que
quería tocar para creer. Como él, también nosotros perseguimos, con frecuencia,
certezas que sean conformes a nuestras mezquinas medidas. Y el Señor nos deja
hacer. Nos da las pruebas que queremos y espera a que, ante la evidencia,
lleguemos a proclamar, con un ímpetu de fe y de amor, que él es nuestro Señor,
nuestro Dios.
Vídeo de la semana:
http://www.youtube.com/watch?v=ckv9YS5OfNs
Lecturas del día:
http://www.servicioskoinonia.org/biblico/calendario/texto.php?codigo=20130407&cicloactivo=2013&cepif=0&cascen=0&ccorpus=0
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