Juan Pablo II comenzó su pontificado repitiendo una y otra
vez esta invitación: no tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo. El papa
Francisco ha comenzado poniendo en práctica con fuerza y transparencia esta
invitación.
Los
discípulos de Jesús aparecen en el evangelio del próximo domingo llenos de
miedo, con las puertas cerradas. No hay peor ratonera que una habitación
cerrada a cal y canto. Por eso el Señor resucitado y su Espíritu producen como
primer efecto la apertura de puertas y la salida a la plaza pública.
¿No ha padecido
y padece aún nuestra iglesia de “agarofobia”, es decir, de miedo a la plaza
pública? Por eso ha sido muy oportuna la llegada de este hombre sereno,
sencillo, transparente, que no se cierra en hábitos y costumbres trasnochados,
que se baja de su papamóvil para acariciar al minusválido, o hace cola para
pagar una factura, o se resiste a enclaustrarse en las habitaciones vaticanas
para estar más cerca de curas y obispos que pasan por la residencia de Santa
Marta. O que, en lugar de celebrar el jueves santo en la Catedral de Roma
(fastuosa Basílica Mayor de San Juan de Letrán) va a una cárcel de menores y
lava los pies de doce reclusos (chicos y chicas), estando así cerca de los jóvenes.
Sí. Toca a
la iglesia y a los eclesiásticos bajarse de los pedestales. Que los pastores
huelan a oveja, pide el Papa. Dicho de otro modo, que curas y monjas hemos de
oler a humanidad. ¿No habíamos perdido, encerrados en nuestros templos, la
dinámica de la Encarnación ?
Lo que ese misterio implica en Cristo es “hacerse en todo semejante a los
hombres menos en el pecado y someterse a la muerte y muerte en Cruz”. ¿Quiénes
nos hemos creído ser los curas cuando, sin alejarnos del pecado, nos hemos
alejado del mundo y de los hombres? ¿No estará en eso la raíz de muchas de
nuestras lacras y, ciertamente, de nuestra falta de credibilidad?
No tengáis
miedo, les decía Jesús a las mujeres tras su primera aparición de resucitado. Y
nos lo dice a nosotros hoy. De modo muy espontáneo pero firme nos lo está
gritando el Papa venido de Argentina. Por cierto, cuentan que ya ha hecho un
milagro: que un argentino le caiga bien a todo el mundo. Añado por mi
cuenta que ya ha hecho dos: que un
jesuita caiga bien a todos. Difícil, pero cierto. Pues que
dure. Aunque sabemos que no dejarán de sobrevenir críticas y desacuerdos cuando
reafirme los valores irrenunciables no sólo para el papa sino para cualquier
cristiano. Esos valores evangélicos, como la defensa de la vida, que nunca van
a cambiar y que se cuestionan hoy por doquier y para desgracia de todos.
Aprendamos
a vivir la Pascua. Que
no consiste en “hacer la pascua” al prójimo. Por el contrario, vivir la Pascua es vivir de la fe como
columna inconmovible de nuestra esperanza y nuestra alegría. Esa fe que también
sustenta y orienta todo nuestro quehacer y nuestro compromiso por la mejora y
transformación del mundo en el que nos toca vivir. Que, sin esto, todo queda en agua de borrajas.
Ni las creencias, ni las prácticas religiosas se justifican si no generan
acciones liberadoras.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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