Este papa Francisco no se anda por las ramas. Por eso se le
entiende todo. Canta con su forma de ser, con sus costumbres y con toda su vida
lo que canta con la boca. A algunos ya les está pareciendo demasiado cercano,
demasiado como todos nosotros. La mayoría, por el contrario, piensa que éste es
el mayor regalo de su persona. Por ser el papa no pierde ni un ápice de su
estilo, de sus formas, de su humanidad. Lo que a Jesús de Nazaret le pasó en su
pueblo (¿no es éste uno de los nuestros?) es lo que le puede pasar al Señor
Bergoglio. Pues, bendito de Dios si así le pasa. Quiere decir que cree en y
practica el gran misterio de la
Encarnación.
El día
inaugural de su pontificado, con motivo de San José, el papa habló de la necesidad
de custodiarnos a nosotros mismos y custodiar a los demás. Cuidar, tener
cuidado (términos hermosos que provienen del verbo latino ‘curare’, igual que
curar), son hoy acciones y actitudes muy necesarias en medio de tantos peligros
y sorpresas como nos acechan. Cuidar de nosotros mismos, cuidar a los demás.
Pero hay
alguien que cuida de todos. El evangelio lo hace gráfico con una alegoría muy
común en la antigüedad pastoril y agrícola. Jesús se compara con el Buen
Pastor. Es eso, una comparación y nada más. Para decirnos que es él mismo el
que cuida de todos. Mal entendería este precioso capítulo 10 de San Juan quien lo rechazara pensando que Jesús nos
considera como ovejas. O que se pronunciara a favor de un comportamiento
borreguil. Al revés, Jesús es el defensor de la máxima libertad y no pretende
de sus amigos sino seguimiento libérrimo y crítico.
Sin
embargo, la alegoría sigue siendo válida en los términos que se explican: “yo
conozco a los míos y los míos me conocen”. He ahí la clave. Jesucristo nos
conoce por dentro, uno a uno. Porque nos ama. Y por eso da su vida por cada uno
de nosotros. Y los suyos, cuando lo son de verdad, no de boquilla o por rutina,
le conocen íntimamente. Buscan además conocerlo más y mejor. Es tarea de todo
discípulo.
Esta
alegoría apunta también a nuestro destino final y nos libera de nuestros miedos
y sensaciones de fracaso. Cuando nos sentimos tan amenazados, cuando tememos
que nuestra vida se pierda toda ella en el anonimato de la gran ciudad, a veces
rodeados sólo de personas con las que mantenemos una relación distante, fría,
formal, sin amistades profundas; cuando nos acercamos al final de la vida en la
que nuestras aspiraciones y proyectos no se han plasmado en realidades
contantes y sonantes, nos sale al paso Jesús, quien nos asegura: “yo os doy
vida eterna, no pereceréis para siempre, nadie os arrebatará de mi mano”.
No existe
promesa mejor. Nuestra vida no está amenazada de muerte. Apunta victoriosa a la VIDA. Porque Él nos
ha tomado de su mano, nos agarra fuertemente porque somos propiedad suya. Y no
sólo nadie nos arrebata de su mano, sino de las manos del Padre. Porque el
Padre y Jesús son uno solo. Estamos en lo más alto del Evangelio de Juan: Dios
Padre y Jesús son UNO. Y nosotros estamos llamados a entrar en esa Unidad. Vale la
pena cuidarnos y cuidar a los demás, con sencillez pero con vigor cuando
nuestra vida es tan valiosa. ¿O no?
JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO
No hay comentarios:
Publicar un comentario