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miércoles, 17 de abril de 2013

LA ALEGORÍA DEL BUEN PASTOR


           Este papa Francisco no se anda por las ramas. Por eso se le entiende todo. Canta con su forma de ser, con sus costumbres y con toda su vida lo que canta con la boca. A algunos ya les está pareciendo demasiado cercano, demasiado como todos nosotros. La mayoría, por el contrario, piensa que éste es el mayor regalo de su persona. Por ser el papa no pierde ni un ápice de su estilo, de sus formas, de su humanidad. Lo que a Jesús de Nazaret le pasó en su pueblo (¿no es éste uno de los nuestros?) es lo que le puede pasar al Señor Bergoglio. Pues, bendito de Dios si así le pasa. Quiere decir que cree en y practica el gran misterio de la Encarnación.

            El día inaugural de su pontificado, con motivo de San José, el papa habló de la necesidad de custodiarnos a nosotros mismos y custodiar a los demás. Cuidar, tener cuidado (términos hermosos que provienen del verbo latino ‘curare’, igual que curar), son hoy acciones y actitudes muy necesarias en medio de tantos peligros y sorpresas como nos acechan. Cuidar de nosotros mismos, cuidar a los demás.

            Pero hay alguien que cuida de todos. El evangelio lo hace gráfico con una alegoría muy común en la antigüedad pastoril y agrícola. Jesús se compara con el Buen Pastor. Es eso, una comparación y nada más. Para decirnos que es él mismo el que cuida de todos. Mal entendería este precioso capítulo 10 de San Juan  quien lo rechazara pensando que Jesús nos considera como ovejas. O que se pronunciara a favor de un comportamiento borreguil. Al revés, Jesús es el defensor de la máxima libertad y no pretende de sus amigos sino seguimiento libérrimo y crítico.

            Sin embargo, la alegoría sigue siendo válida en los términos que se explican: “yo conozco a los míos y los míos me conocen”. He ahí la clave. Jesucristo nos conoce por dentro, uno a uno. Porque nos ama. Y por eso da su vida por cada uno de nosotros. Y los suyos, cuando lo son de verdad, no de boquilla o por rutina, le conocen íntimamente. Buscan además conocerlo más y mejor. Es tarea de todo discípulo.

            Esta alegoría apunta también a nuestro destino final y nos libera de nuestros miedos y sensaciones de fracaso. Cuando nos sentimos tan amenazados, cuando tememos que nuestra vida se pierda toda ella en el anonimato de la gran ciudad, a veces rodeados sólo de personas con las que mantenemos una relación distante, fría, formal, sin amistades profundas; cuando nos acercamos al final de la vida en la que nuestras aspiraciones y proyectos no se han plasmado en realidades contantes y sonantes, nos sale al paso Jesús, quien nos asegura: “yo os doy vida eterna, no pereceréis para siempre, nadie os arrebatará de mi mano”.

            No existe promesa mejor. Nuestra vida no está amenazada de muerte. Apunta victoriosa a la VIDA. Porque Él nos ha tomado de su mano, nos agarra fuertemente porque somos propiedad suya. Y no sólo nadie nos arrebata de su mano, sino de las manos del Padre. Porque el Padre y Jesús son uno solo. Estamos en lo más alto del Evangelio de Juan: Dios Padre y Jesús son UNO. Y nosotros estamos llamados a entrar en esa Unidad. Vale la pena cuidarnos y cuidar a los demás, con sencillez pero con vigor cuando nuestra vida es tan valiosa. ¿O no?

                                                                     JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO


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