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sábado, 21 de julio de 2012

EN EL TITANIC, LA RUINA EMPEZÓ POR ABAJO


Es ahora cuando la gente empieza a alarmarse. Recortes y amonestaciones a las economías familiares. Traven, en su novela La nave de los muertos, cuenta cómo el marinero protagonista pide al capitán diez dólares para bajar a tierra. Tras regatear, se los da, advirtiéndole que no se emborrache.
La respuesta es clara: “Esto es un insulto. Los oficiales se emborrachan dos veces al día y ahora me suelta usted un sermón para que no coja una borrachera. Jamás tomo ni una gota. No pruebo ese veneno. Soy abstemio”.
Hay que empezar por arriba, por la sala de mandos. El pueblo se sonríe cuando escucha decir al ministro Montoro que, en 2015, se aflojarán los recortes. Año electoral y, de nuevo, la feria del engaño. Ahora toca café para todos, aunque es verdad que, para algunos, con más azúcar que para otros.
“Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”. Así empieza Anna Karenina, de Lev Tolstoi. A todos se les aprieta el cinturón, aunque hay familias que no lo podrán aguantar. Son infelices a su manera y en su desgracia.
En el Titanic, las bodegas en donde viajaban los polizones y trabajadores se anegaron antes. Arriba, en first class, seguía la orquesta con su música y el baile sin fin, contemplando el naufragio. Cada familia infeliz tiene su propio motivo para serlo.
No hay que desaprovechar esta ocasión para recuperar el renacer de las virtudes éticas clásicas en esta crisis económica y ética. Se busca que el renacer económico no quede cojo y la salida de la crisis vaya acompañada de bases más sólidas que rebajen las dosis de exceso de egoísmo, consumismo e individualismo, dando la vuelta al hiperconsumismo hedonista.
Estamos hablando de virtudes éticas como armazón del futuro. La crisis nos ha hecho más pobres, también de razones para acometer su salida. Ahí está el reto.

De  Vida Nueva

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