Es ahora cuando la gente empieza a alarmarse. Recortes
y amonestaciones a las economías familiares. Traven, en su novela La nave
de los muertos, cuenta cómo el marinero protagonista pide al capitán diez
dólares para bajar a tierra. Tras regatear, se los da, advirtiéndole que no se
emborrache.
La respuesta es clara: “Esto es un insulto. Los oficiales se
emborrachan dos veces al día y ahora me suelta usted un sermón para que no coja
una borrachera. Jamás tomo ni una gota. No pruebo ese veneno. Soy abstemio”.
Hay que empezar por arriba, por la sala de mandos. El pueblo
se sonríe cuando escucha decir al ministro Montoro que, en 2015, se
aflojarán los recortes. Año electoral y, de nuevo, la feria del
engaño. Ahora toca café para todos, aunque es verdad que, para algunos, con más
azúcar que para otros.
“Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero
cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”. Así
empieza Anna Karenina, de Lev Tolstoi. A todos se les aprieta el
cinturón, aunque hay familias que no lo podrán aguantar. Son infelices a
su manera y en su desgracia.
En el Titanic, las bodegas en donde viajaban los
polizones y trabajadores se anegaron antes. Arriba, en first class, seguía
la orquesta con su música y el baile sin fin, contemplando el naufragio. Cada
familia infeliz tiene su propio motivo para serlo.
No hay que desaprovechar esta ocasión para recuperar el
renacer de las virtudes éticas clásicas en esta crisis económica y ética. Se
busca que el renacer económico no quede cojo y la salida de la crisis vaya
acompañada de bases más sólidas que rebajen las dosis de exceso de
egoísmo, consumismo e individualismo, dando la vuelta al hiperconsumismo
hedonista.
Estamos hablando de virtudes éticas como armazón del
futuro. La crisis nos ha hecho más pobres, también de razones para acometer su
salida. Ahí está el reto.
De Vida Nueva
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