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viernes, 28 de septiembre de 2012

MI DECÁLOGO PERSONAL ANTE EL SÍNODO PARA LA NUEVA EVANGELIZACIÓN


Comienza un nuevo Sínodo de Obispos en Roma. El tema ha despertado interés, pues anda la Iglesia ocupada y preocupada por “el síndrome de los templos vacíos” y por cómo transmitir la fe a las nuevas generaciones. Hay que pensar qué hacer y cómo evangelizar, especialmente a los jóvenes.
No me gusta la expresión “Nueva Evangelización” y la tentación de convertirla en cajón de sastre de grandes proyectos que se solapan y se olvidan. Prefiero decir “Evangelizar”. ¿O es que no lleva el hecho de anunciar a Jesucristo el germen de una inmensa novedad?
Mucha confianza se abre ante el evento, pero también no pocos temores de que sea más de lo mismo. Hay cosas que no cambiarán si no cambian estructuras pastorales, y hay estructuras que tampoco cambiarán si no cambian mente y corazón. “A vino nuevo, odres nuevos”.
Hay tentación ante fórmulas que antaño fueron exitosas, pero que son ya obsoletas. Así solo caminaremos por la nostalgia y será lo que contagiemos. Temo mucho que este Sínodo pueda ser “uno más”, destinado a convertirse en documento pontificio.
Ofrezco mi pequeño y sencillo decálogo sobre lo que espero de esta Asamblea:
1. Apuesto por una evangelización que se haga novedad en el encuentro personal con Jesucristo. El Sínodo debe huir de la ideologización, auténtica plaga que devora a la Iglesia, enfermedad muy extendida en el mundo hoy. Lo nuestro es un “seguimiento”, no un “sistema filosófico”.
2. Toda evangelización comenzará con un profundo y respetuoso amor al hombre y al mundo. No seamos látigo de Sodoma, sino caricia de Nazaret; no vivamos en torreón, sino en tiendas de campaña.
3. Una evangelización que asuma con gratitud la noble historia evangelizadora de la Iglesia, corrigiendo los errores cometidos. La Escritura, la Patrística y la Historia nos harán humildes en la tarea.
4. Los retos evangelizadores del Sínodo no pueden corregir al Vaticano II y su aire nuevo. Esta tentación debe ser remediada desde el principio. El gesto elocuente de cómo “evangelizar” conlleva un amor a la Iglesia.
5. Una evangelización que no suponga la fe, aunque se profese en una cultura cristiana; que sepa abrirse al corazón de los nuevos escenarios sin actitudes altivas. Estamos ante un hombre nuevo y distinto y no podemos seguir predicándole como antes.
6. Evangelización paciente, honda, orante, alejada de la prisa. Una tarea que muchas veces nos haga hablar más a Dios de los hombres que a los hombres de Dios.
7. Una evangelización que se instale en fidelidad creativa y comunión afectiva y efectiva, que huya de los grupos cerrados, sectas religiosas en definitiva; que se aleje de la fragmentación, del aislamiento y del sentimiento de élite. Se pierde tiempo en desafíos ideológicos y condenas absurdas.
8. Una evangelización que no use el proselitismo como arma de fuego letal, sino la oferta de sentido al mundo, la mano abierta.
9. Una evangelización que despierte en el mundo esperanza, alegría, libertad, superando el síndrome del miedo y el fracaso.
10. Y el mejor termómetro para ver si evangelizamos correctamente es comprobar si los pobres, los que sufren, los últimos, son los primeros en recibir esta buena noticia. Solo así transmitiremos la fe a las nuevas generaciones.

De  Vida Nueva

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