Comienza un nuevo Sínodo de Obispos en Roma. El tema ha
despertado interés, pues anda la Iglesia ocupada y preocupada por “el síndrome
de los templos vacíos” y por cómo transmitir la fe a las nuevas generaciones. Hay
que pensar qué hacer y cómo evangelizar, especialmente a los jóvenes.
No me gusta la expresión “Nueva Evangelización” y la
tentación de convertirla en cajón de sastre de grandes proyectos que se solapan
y se olvidan. Prefiero decir “Evangelizar”. ¿O es que no lleva el hecho de
anunciar a Jesucristo el germen de una inmensa novedad?
Mucha confianza se abre ante el evento, pero también no
pocos temores de que sea más de lo mismo. Hay cosas que no cambiarán si no
cambian estructuras pastorales, y hay estructuras que tampoco cambiarán si
no cambian mente y corazón. “A vino nuevo, odres nuevos”.
Hay tentación ante fórmulas que antaño fueron exitosas,
pero que son ya obsoletas. Así solo caminaremos por la nostalgia y será lo que
contagiemos. Temo mucho que este Sínodo pueda ser “uno más”, destinado a
convertirse en documento pontificio.
Ofrezco mi pequeño y sencillo decálogo sobre lo que
espero de esta Asamblea:
1. Apuesto por una evangelización que se haga novedad
en el encuentro personal con Jesucristo. El Sínodo debe huir de la
ideologización, auténtica plaga que devora a la Iglesia, enfermedad muy
extendida en el mundo hoy. Lo nuestro es un “seguimiento”, no un “sistema
filosófico”.
2. Toda evangelización comenzará con un profundo y
respetuoso amor al hombre y al mundo. No seamos látigo de Sodoma, sino caricia
de Nazaret; no vivamos en torreón, sino en tiendas de campaña.
3. Una evangelización que asuma con gratitud la
noble historia evangelizadora de la Iglesia, corrigiendo los errores cometidos.
La Escritura, la Patrística y la Historia nos harán humildes en la tarea.
4. Los retos evangelizadores del Sínodo no pueden
corregir al Vaticano II y su aire nuevo. Esta tentación debe ser remediada
desde el principio. El gesto elocuente de cómo “evangelizar” conlleva un amor a
la Iglesia.
5. Una evangelización que no suponga la fe, aunque se
profese en una cultura cristiana; que sepa abrirse al corazón de los nuevos
escenarios sin actitudes altivas. Estamos ante un hombre nuevo y distinto y no
podemos seguir predicándole como antes.
6. Evangelización paciente, honda, orante, alejada de
la prisa. Una tarea que muchas veces nos haga hablar más a Dios de los hombres
que a los hombres de Dios.
7. Una evangelización que se instale en fidelidad
creativa y comunión afectiva y efectiva, que huya de los grupos cerrados,
sectas religiosas en definitiva; que se aleje de la fragmentación, del
aislamiento y del sentimiento de élite. Se pierde tiempo en desafíos
ideológicos y condenas absurdas.
8. Una evangelización que no use el proselitismo como
arma de fuego letal, sino la oferta de sentido al mundo, la mano abierta.
9. Una evangelización que despierte en el mundo
esperanza, alegría, libertad, superando el síndrome del miedo y el fracaso.
10. Y el mejor termómetro para ver si evangelizamos
correctamente es comprobar si los pobres, los que sufren, los últimos, son
los primeros en recibir esta buena noticia. Solo así transmitiremos la fe a las
nuevas generaciones.
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