Envía,
Señor, tu Espíritu Santo sobre nosotros
En Dios, la libertad se conjuga con el amor infinito, ese en
virtud del cual no se negó Jesús a dar la vida por nosotros. La libertad de
Dios es demasiado grande para el hombre. Es algo que produce vértigo y resulta
inconcebible para los espíritus ligados a la ley de la justicia distributiva.
Así, siempre hay alguien dispuesto a dar consejos a Dios para enseñarle -o al
menos recordarle- cómo tiene que tutelar y hacer respetar sus propios derechos.
Dios, en cambio, parece ver las cosas desde otro punto de vista. Para él, todos los hombres son hijos suyos y se pone contento cuando alguno de ellos, aunque sea de una manera no «canónicamente» correcta, acoge su don y lo vive; sin embargo, le entristece ver que sus hijos no hacen circular entre ellos el amor que reciben de él; que, en vez de ayudarse unos a otros, se obstaculizan recíprocamente; que intentan explotarse, en vez de compartir los bienes de que disponen...
Jesús pone en guardia a la comunidad de sus discípulos: no hay que volver a levantar, en nombre de una presunta pureza religiosa, las barreras que él ha venido a derribar.
Dios, en cambio, parece ver las cosas desde otro punto de vista. Para él, todos los hombres son hijos suyos y se pone contento cuando alguno de ellos, aunque sea de una manera no «canónicamente» correcta, acoge su don y lo vive; sin embargo, le entristece ver que sus hijos no hacen circular entre ellos el amor que reciben de él; que, en vez de ayudarse unos a otros, se obstaculizan recíprocamente; que intentan explotarse, en vez de compartir los bienes de que disponen...
Jesús pone en guardia a la comunidad de sus discípulos: no hay que volver a levantar, en nombre de una presunta pureza religiosa, las barreras que él ha venido a derribar.
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