"El Poderoso ha hecho grandes cosas en mí" (Lc 1,49)
La primera escena común a todos los iconos es la de la
Virgen en su Dormición. Revestida de su manto púrpura y con las tres estrellas
de su triple virginidad, la Virgen descansa sobre un catafalco cuidadosamente
adornado. A su alrededor, un mundo de personajes: ángeles que llevan luces e
incienso, los apóstoles reunidos junto al féretro, con la mirada dirigida hacia
la Virgen, con una expresión velada de melancolía y de esperanza. Ya al lado de
los ángeles y de los apóstoles, una representación de padres y obispos de la
Iglesia oriental.
Analizando el icono, algunos descubren las figuras de Pedro,
Pablo, Juan y Tomás. Y entre los obispos parecen identificarse por sus nombres
personajes legendarios como Dionisio el Areopagita, Hieroteo y Timoteo.
En la misma escena otro elemento nos introduce ya en el
misterio. En el centro aparece el icono de Cristo resucitado y glorioso. Junto
a la línea horizontal, representada por el cuerpo de nuestra señora, la toda
santa, por su vestido purpúreo, aparece la verticalidad solemne y majestuosa de
Cristo, el Señor. en sus brazos lleva una criatura vestida de blanco. Es una
niña envuelta en pañales. Jesús, el Señor, el Hijo de María, acoge el alma de
la Virgen; alma de niña, revestida del color blanco de la divinidad.
Merece la pena que nos detengamos a contemplar este detalle, ya que se constata que la imagen de Cristo que lleva a la Virgen en sus brazos como una niña, es exactamente el revés de la imagen de la Virgen Madre de Dios en el que María lleva en sus brazos al Hijo de Dios como un niño.
La Virgen Madre que lleva a Cristo en sus brazos como un niño, la Theotókos, es la tierra que acoge el cielo, la Madre que da su carne y su sangre al Hijo de Dios, la humanidad que recibe en la tierra la divinidad.
Pero Cristo, que en el icono de la Dormición acoge en sus brazos a la Virgen como una niña, es el cielo que acoge a la tierra, el Hijo que hace a la Madre partícipe de su gloria, la divinidad que recibe en el cielo la humanidad.
Merece la pena que nos detengamos a contemplar este detalle, ya que se constata que la imagen de Cristo que lleva a la Virgen en sus brazos como una niña, es exactamente el revés de la imagen de la Virgen Madre de Dios en el que María lleva en sus brazos al Hijo de Dios como un niño.
La Virgen Madre que lleva a Cristo en sus brazos como un niño, la Theotókos, es la tierra que acoge el cielo, la Madre que da su carne y su sangre al Hijo de Dios, la humanidad que recibe en la tierra la divinidad.
Pero Cristo, que en el icono de la Dormición acoge en sus brazos a la Virgen como una niña, es el cielo que acoge a la tierra, el Hijo que hace a la Madre partícipe de su gloria, la divinidad que recibe en el cielo la humanidad.
Se ha cumplido el misterio. Dios se hace hombre para que el
hombre sea Dios. El cielo ha bajado a la tierra para que ésta suba al cielo. La
Encarnación es el principio de la Salvación. La Ascensión de Jesús y su lógica
continuación en la Asunción de la Virgen es el cumplimiento de las promesas, la
profecía de la salvación realizada.
Hay todavía iconos que se complacen en alargar la escena de
la Dormición de la Virgen y de su acogida en el abrazo del Hijo, con lo que
podríamos llamar el triunfo y glorificación de nuestra Señora. En medio
de grupos de ángeles, como en coros, se ve a la Virgen elevada al cielo en un
círculo de gloria. El círculo es en todo semejante al de la Ascensión del
Señor. Se ve a María llevada por los ángeles en volandas. El vestido de la
Virgen es blanco, como aparece también en algunos iconos el vestido de Jesús.
con esta escena se traza un paralelismo entre la Ascensión y la Asunción, entre
la gloria del Hijo y la Gloria de la Madre, designados a veces con el mismo
nombre griego "analepsis".
Cristo junto a la virgen, el Rey y la Reina juntos, aparecen
en un círculo de gloria. Los dos cuerpos glorificados. Los dos rostros que se
miran y nos miran. El Hijo pone delicadamente sobre la cabeza de la Madre la
corona de gloria. Es como la imitación de lo que el Padre ha hecho con el Hijo
al hacerlo Señor y Rey. Ahora, imitando el gesto, el Hijo corona a la Madre
como Reina en una participación total en la gloria de Cristo.
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