"Sólo tú, Señor, tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68b)
Dame, Señor, tu Espíritu para que yo pueda comprender tus
palabras de vida eterna. Sin tu Espíritu puedo echar a perder tus realidades,
trastornar tu Palabra, cosificar la eucaristía, construirme una fe a mi medida,
tener miedo a tus preceptos, considerar tu ley como una moral de esclavos. Dame
tu espíritu para que no me eche atrás, para que no te abandone en los momentos
de la prueba, cuando me parezcas inhumano en tus demandas, cuando el Evangelio,
en vez de una alegre noticia, se me presente como una amenaza para mi propia
realización, cuando la alianza contigo me parezca una cadena opresora. Tú
sabes, Señor, que hasta tus santos te hicieron llegar alguna vez sus lamentos.
Santa Teresa de Ávila te decía que comprendía por qué tenías tan pocos amigos,
dado el trato que les dabas. Con todo, si me dieras tu Espíritu, no digo que no
me lamentaré, pero seguramente no te abandonaré, porque estaré arraigado y
atado a ti, bien contento de seguirte, aunque quizás con pocos otros. En
efecto, “sólo tú tienes palabras de vida eterna”.
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