A veces toca pelearse. Con Dios, con uno mismo, con las circunstancias. No pasa nada. Como Jesús en el desierto, luchando con sus demonios. Como tantos otros hombres y mujeres que tienen que plantar cara al miedo, a la incertidumbre, al no saber. Peleamos por creer, por acertar, por encontrar un lugar en el que asentar la tienda en este mundo. Peleamos para encajar con otros. Peleamos –ojalá– por aquellos por quien nadie pelea. Por entender el evangelio. Y esa pelea se hace a la intemperie. En tierra de nadie, que es tierra de muchos, donde no manda la tranquilidad, las certidumbres serenas ni las seguridades; sino la fragilidad y el no saber.
De PastoralSJ
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