"Lo mismo que muchos se horrorizaban al verlo, así asombrará a muchos pueblos" (Is 52,14s)
La iconografía de la entrada en Jerusalén generalmente es la misma, no varía. Jesucristo entra en Jerusalén sentado sobre un pollino. Está vuelto hacia sus discípulos, que siguen al pollino. En la mano izquierda, Cristo sujeta un rollo, que simboliza el texto sagrado del Testamento; con la derecha bendice a los que se encuentran con él.
A su encuentro, desde las puertas de la ciudad vienen hombres y mujeres. Detrás de él está Jerusalén, una ciudad grande y majestuosa, con altos edificios muy apretados y compactos. Su arquitectura nos demuestra que el iconógrafo vivió rodeado de templos rusos. Los niños extienden sus mantos bajo las patas del pollino. Los demás tienden ramas de palma. A veces, en la parte baja del icono se ven también dos pequeñas figuras de niños. Uno está sentado, con una pierna agachada y algo alzada, sobre la que se inclina el otro muchachito, que está tratando de sacarle una astilla de la planta del pie. Esta escena de la vida cotidiana, llegada desde Bizancio, impresiona mucho y confiere vitalidad a la imagen; sin embargo, no disminuye el pathos de lo que está sucediendo. Los vestidos de los niños casi siempre son blancos, que simbolizan la pureza de sus almas, que carecen de malicia.
Como es habitual en los iconos rusos, los vestidos de todos los personajes adultos están pintados con arte y austera elegancia. Tras la figura de Cristo se levanta hacia el cielo una montaña, representada con los tradicionales medios simbólicos.
A su encuentro, desde las puertas de la ciudad vienen hombres y mujeres. Detrás de él está Jerusalén, una ciudad grande y majestuosa, con altos edificios muy apretados y compactos. Su arquitectura nos demuestra que el iconógrafo vivió rodeado de templos rusos. Los niños extienden sus mantos bajo las patas del pollino. Los demás tienden ramas de palma. A veces, en la parte baja del icono se ven también dos pequeñas figuras de niños. Uno está sentado, con una pierna agachada y algo alzada, sobre la que se inclina el otro muchachito, que está tratando de sacarle una astilla de la planta del pie. Esta escena de la vida cotidiana, llegada desde Bizancio, impresiona mucho y confiere vitalidad a la imagen; sin embargo, no disminuye el pathos de lo que está sucediendo. Los vestidos de los niños casi siempre son blancos, que simbolizan la pureza de sus almas, que carecen de malicia.
Como es habitual en los iconos rusos, los vestidos de todos los personajes adultos están pintados con arte y austera elegancia. Tras la figura de Cristo se levanta hacia el cielo una montaña, representada con los tradicionales medios simbólicos.
Concédenos, Señor, la gracia de vivir este tiempo en un profundo recogimiento interior. Dispón Tú mismo nuestro corazón para que acoja cualquier experiencia dolorosa, nuestra o de nuestros seres queridos, como una ocasión privilegiada de unirnos a Ti, que has querido salvarnos a precio de tu Sangre.
Sólo cuando aceptemos cargar con el dolor de otros, como Tú has asumido el nuestro, podremos celebrar de verdad tu Pascua y convertirnos en signos de esperanza para tantos hermanos nuestros que esperan nuestro amor y solidaridad.
Señor manso y humilde de corazón, Tú conoces nuestros sentimientos. Sabes que con la misma facilidad con que te acogemos entusiasmados te entregamos inmediatamente después a la muerte infame de nuestras traiciones, de nuestras indiferencias; y a pesar de todo, has querido seguir siendo nuestro Maestro. Concédenos que la meditación de tu Pasión grabe en nosotros los rasgos de tu rostro para que, mirándote, aprendamos a imitarte y a ser verdaderos discípulos tuyos.
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