El que come mi carne y bebe mi sangre, mora en mí y yo en él, dijo el Señor a sus discípulos. Es lo que luego se ha llamado la teología del Cuerpo Místico de Cristo.
Esto supone como una especie de encarnación continuada. Por la gracia del Espíritu Santo, Jesucristo se sigue engendrando en la Iglesia. El Verbo no se limitó a vivir en aquella tierra y en aquel tiempo, sino que tiene que vivir y salvar la humanidad de todos los tiempos y lugares.
Por eso, aunque debemos mantenernos en lo substancial de la vida y el mensaje de Jesús, no podemos limitarnos a copiar literalmente aquellas circunstancias pasajeras, sino que debemos buscar siempre formas nuevas de vivir a Cristo y en Cristo, preguntándonos cómo actuaría el Señor en nuestro caso y en nuestras coordenadas.
Una pista fundamental la encontramos en el hecho de que Jesús fue un hombre de su tiempo, su pueblo y su cultura, y ahora se inculturaría en los nuestros.
Es algo así como las diversas interpretaciones de un mismo personaje. Los santos bien pudieron ser llamados otros cristos, idénticos en lo substancial, pero diferentes en lo circunstancial, desde san Pablo o san Agustín hasta la madre Teresa de Calcuta o Juan Pablo II, pasando por san Francisco o santa Clara de Asís, san Isidro Labrador o san Ignacio de Loyola, etc.
¿Cómo re-presentar un papel tan difícil? El Espíritu Santo nos ayuda si nos dejamos llevar por su inspiración, nunca mejor dicho. Continuamente necesitamos que nos insufle su fuerza y nos oriente en nuestra interpretación de Jesús.
Es siempre el Verbo encarnado, el mismo Cristo, pero además es también el misionero, la monja de clausura, la madre de familia, el cura de parroquia, el catequista, el enfermo, el minero, el periodista, etc., siempre que se quiera vivir el Evangelio en el propio ambiente. O sea, poder decir como san Pablo: Ya no soy yo quien vive. Es Cristo quien vive en mí.
Esta reflexión es de una gran hondura. Ya el Concilio Vaticano II hablaba de la necesidad de adaptarse a los signos de los tiempos, teniendo como referencia el texto de Mt 16, 1-4. Y después de tantos años, ¡cuánta actualidad siguen manteniendo estos textos!. Dios está presente en la historia humana, habita nuestra historia, la de cada uno... Se trata, pues, de saber leer en nuestra vida de cada día esas manifestaciones de Dios, que las hay, esos destellos de su presencia. Y leerlos en la vida de los otros, en la situación social, política, en la historia de otros pueblos y en la propia historia de la Iglesia. Para ello hemos de cultivar una mirada atenta y un corazón abierto al Espíritu, desde la confianza que nos da saber que Él estará con nosotros siempre (Mt 28,19-20)
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