"La mujer que teme al Señor merece alabanza" (Prov 31,30)
La parábola narrada por Jesús a sus discípulos debe entenderse bien. Normalmente, se piensa que los talentos son dotes o capacidades intelectuales que Dios nos da. Sin embargo, para Mateo son las ocasiones que nos ofrece la vida, las responsabilidades que estamos llamados a asumir, las tareas que nos han confiado. La parábola, en efecto, refiere que aquel hombre llamó a sus criados y, antes de ausentarse, «les encomendó su hacienda. A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno» (v. 15). Los dos primeros siervos son un ejemplo de laboriosidad y actividad: han negociado los talentos y han conseguido el doble de lo recibido, y cada uno de ellos es llamado «bueno y fiel» por su señor (vv. 21.23). El tercer siervo, en cambio, se muestra holgazán e inactivo; no quiere correr riesgos, se limita a conservar el talento y no produce nada, y por este motivo es llamado «malvado y perezoso» (v 26) y «criado inútil» (v. 30). El contraste entre los siervos es la oposición que existe entre laborioso y perezoso, entre actividad y pasividad.
La parábola se fija, sobre todo, en el comportamiento del siervo malvado y en el diálogo del dueño con él. Este siervo, inactivo y temeroso, tiene una idea del dueño: la de que es un hombre duro que cosecha donde no siembra. En esta mentalidad sólo hay sitio para el miedo y la estricta observancia de las normas. No quiere correr riesgos y esconde el talento recibido en un lugar seguro, creyéndose que así restituirá lo recibido: «Tuve miedo y escondí tu talento en tierra; aquí tienes lo tuyo» (v. 25).
Jesús invita a sus oyentes a cambiar de mentalidad: del temor receloso y la mezquina obediencia, a la perspectiva del amor. La verdadera naturaleza de la relación entre Dios y el ser humano es el AMOR. El discípulo de Jesús debe actuar siempre con la lógica del AMOR y traducir el mensaje evangélico en actos concretos, generosos y atrevidos.
La parábola se fija, sobre todo, en el comportamiento del siervo malvado y en el diálogo del dueño con él. Este siervo, inactivo y temeroso, tiene una idea del dueño: la de que es un hombre duro que cosecha donde no siembra. En esta mentalidad sólo hay sitio para el miedo y la estricta observancia de las normas. No quiere correr riesgos y esconde el talento recibido en un lugar seguro, creyéndose que así restituirá lo recibido: «Tuve miedo y escondí tu talento en tierra; aquí tienes lo tuyo» (v. 25).
Jesús invita a sus oyentes a cambiar de mentalidad: del temor receloso y la mezquina obediencia, a la perspectiva del amor. La verdadera naturaleza de la relación entre Dios y el ser humano es el AMOR. El discípulo de Jesús debe actuar siempre con la lógica del AMOR y traducir el mensaje evangélico en actos concretos, generosos y atrevidos.
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