"El Señor es mi pastor, nada me falta" (Sal 23,1)
Señor, con la palabra, tajante y auténtica, que nos has dirigido hoy hemos comprendido que lo esencial en la vida no es, ni mucho menos, confesarte con palabras, sino practicar el amor con los pobres y desfavorecidos. En esto consiste la voluntad del Padre, en vivir de ti y como tú, incluso de parte de quienes no te conocen bien. Señor, Jesús, tú te identificaste con los perseguidos, con los pobres, con los débiles. Nos has mostrado un claro ejemplo de vida, contenido en el evangelio y condensado en las bienaventuranzas. La señal de que ha llegado tu Reino se encuentra en que en ti el amor concreto de Dios alcanza a los pobres y los marginados, y no por sus méritos, sino por su condición de excluidos y oprimidos, porque tú eres Dios y porque los «últimos» son los primeros «clientes» tuyos y del Padre. Ayúdanos, Señor, a entender que descuidar este amor concreto por los pobres, los forasteros, los prisioneros, los desnudos o los hambrientos, significa no vivir según la fe del Reino, sino apartarnos de su lógica. Faltar al amor es negarte, porque los pobres son tus hermanos, y lo son justamente por su pobreza. Haznos comprender con todas sus consecuencias que ellos son el lugar privilegiado de tu presencia y del Padre celestial.
Lecturas del día
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