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domingo, 4 de enero de 2015

EPIFANÍA DEL SEÑOR

«¡Levántate, brilla, porque viene tu luz!»   (Is 60,1)

Adoración de los Reyes. Capilla de San Martín. Catedral vieja de Salamanca. S. XIII.

        Epifanía quiere decir "manifestación" y la Palabra de Dios en esta solemnidad está centrada toda sobre Jesús Mesías, Rey y Salvador universal de las naciones. No ha venido sólo para Israel, sino también para los paganos, es decir, para toda la familia humana. La venida de los Magos es el inicio de la unidad de las naciones, que se realizará plenamente en la fe en Jesús, cuando todos los hombres se sientan hijos del mismo Padre y hermanos entre ellos. Los Magos, como primeros "escuchadores" y testigos de Cristo, son tipo y preludio de una más grande multitud de "verdaderos adoradores", que constituirá la mies espiritual de los tiempos mesiánicos. Jesús es el sembrador, que trae la buena semilla, de la Palabra para todos; el Espíritu ha hecho madurar la semilla y la Iglesia está invitada a recoger el abundante fruto sembrado con la revelación de Jesús y fecundado con su muerte.
        Como de la vida de comunión y de amor entre el Padre y el Hijo ha derivado la misión de Jesús, así de la intimidad entre Jesús y la Iglesia surge la misión de los discípulos: crear la unidad entre las razas, pueblos y lenguas. Es la Palabra la que crea la unidad en el amor entre los creyentes de todos los tiempos. A través de ella nace la fe y se establece en el corazón del hombre abierto a la verdad en una existencia vital en Dios, que hace al hombre contemporáneo pertenencia de Cristo. A quienes lo buscan con corazón sincero, Jesús les ofrece unidad en la fe y en el amor. En este ambiente vital todos se hacen "uno" en la medida en que acogen a Jesús y creen en su palabra: «Seremos una sola cosa no por poder creer sino porque habremos creído» (san Agustín).
        En Jesús todos pueden ser una sola cosa y descubrir que la plenitud de la vida consiste en entregarse a Cristo y a los hermanos, y esto es amar en la unidad.




        Padre santo, que nos has enviado a tu Hijo como salvador universal de los pueblos, te alabamos por la manifestación de Jesús, nuestro rey. Es un rey sin corona, o más aún, con corona de espinas, porque es en su pasión donde se puede comprender el auténtico significado de su soberanía, una realeza bastante distinta de la que buscan los hombres.
        Te bendecimos, Padre, por Jesús salvador universal. Vino para salvar a todos y para reunir a los hijos de Dios dispersos. No más ya una comunidad dividida y contrapuesta, sino una familia reunida, que camina en la luz y el esplendor de tu gloria. Todos, judíos y paganos, estamos «llamados en Cristo a participar de la misma herencia, a formar un mismo cuerpo» (Ef 3,6), y la venida de los Magos constituye el inicio de esta paz universal de las naciones.
        Señor, queremos comprender cada vez mejor que la solución de la tensión entre universalidad y elección que tantas veces nos ha puesto unos contra otros se resuelve en el entender que la elección es servicio a todo hombre.
        Haz, Señor, que la Iglesia entera sepa, como los Magos, caminar siempre hacia Belén para adorar al rey universal de las gentes pero, al mismo tiempo, sepa desde Belén dirigirse al mundo para desempeñar la misión que Jesús le ha confiado, esto es, la de ir al encuentro de todos. Para que la comunidad cristiana, mientras va en busca de los alejados y de quienes se sienten excluidos, sepa llamarlos a la esperanza y a la vida, sin olvidar que la violencia que pueda sufrir de parte de los hombres forma parte de la misma misión.




        La estrella se detuvo sobre el lugar en que se encontraba el Niño. Al ver la estrella de nuevo, los Magos se llenaron de inmensa alegría. Acojamos también nosotros en nuestro corazón ese gran gozo. La misma alegría anuncian los ángeles a los pastores. Adorémosle junto con los Magos, démosle gloria con los pastores, exultemos con los ángeles, «porque nos ha nacido un Salvador: Cristo, el Señor» (Le 2,11). «Dios, el Señor, es nuestra luz» (Sal 118,27): no en la forma de Dios, para no aterrorizar nuestra debilidad, sino en forma de siervo, para traer la libertad a quien yacía en la esclavitud. Es fiesta para toda la creación: el cielo ha sido dado a la tierra, las estrellas miran desde el cielo, los Magos dejan su país, la tierra se concentra en una gruta. No hay uno que no lleve algún presente, ninguno que no vaya agradecido.
        Celebremos la salvación del mundo, la Navidad del género humano. Unámonos a cuantos acogieron festivos al Señor. Y sea concedido también a nosotros encontrarnos con ellos para contemplar con mirada pura, como reflejada en un espejo, la gloria del Señor, para ser transformados también nosotros de gloria en gloria, por gracia y bondad de nuestro Señor Jesucristo. A él la gloria y la soberanía por los siglos de los siglos. Amén (San Basilio Magno, Homilías, 6).


Lecturas:
http://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/?f=2015-01-06


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