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jueves, 16 de junio de 2011

ES EL CAPITALISMO



De todos los debates que hay en mi sociedad, el que más me importa es el del paro. El paro es una realidad compleja y diversa, que admite matices y concreciones. Pero, eso sí, prácticamente todas malas. Me importa sobremanera esa experiencia dramática de no contar con un trabajo decente, ¡Benedicto XVI dixit! Vivir de prestado, con casi nada y a la intemperie. Me importa ante todo la gente en cuyos hogares nadie tiene trabajo. Me pregunto de qué viven, y por lo que conozco, me cuentan y me imagino, “viven” entre la “mendicidad familiar” y la “social”. En realidad, malviven, y esperan los lunes al sol.
No soy dado a las lecturas generales a partir de tal o cual caso. Pero las cifras cantan y si hay casi cinco millones de parados, por mucha “economía sumergida” que nos imaginemos, la caldera tiene que estar a punto de estallar. Doctores tiene la sociología para explicar por qué no pasa lo que dicen que debería pasar. Misterios de la vida social. “Gracias a Dios”, y perdón por mentarlo en este tema, lo que parece que podría pasar, no pasa, y lo que pasa, “Democracia Real Ya”, es más que razonable. Pero esa gente es real y, con las más variopintas situaciones, entra en su casa, cierra la puerta y enciende el televisor para olvidar su drama. Ese “su”, de drama, es un adjetivo posesivo, y realmente es el más injusto de los posesivos. Todo tuyo, “su” drama, no tenemos envidia.
Nosotros, los profesores de ética, teológica o no, pero moral al cabo, y reflexión sobre cómo vivir bien, es decir, obrando bien, solemos ser tachados de ingenuos. En parte, con razón, porque tendemos a proclamar buenas intenciones o virtudes, y creemos que eso lo podría resolver casi todo. Es cierto, somos ingenuos. El ser humano es lo que es, y no podemos pensarlo como “a los dioses”, es decir, altruista, justo y pacífico en cualquier caso y situación. No, los valores y las mejores actitudes personales son imprescindibles, pero son una parte de la solución. La otra es la inteligencia para dotarnos de estructuras sociales y leyes justas, y la voluntad de hacerlas respetar y cumplir por todos, y especialmente por los más fuertes y peligrosos de entre nosotros. Suelen ser los mismos. Y esto sí que es importante. La justicia social requiere de personas “buenas”, pero no menos de estructuras sociales justas. Todos lo sabemos, pero callamos ante sus quiebras: la propiedad acumulada sin límite, la información sesgada por intereses de partido y capital, las finanzas a su libre juego y más oscuras que una cueva, las élites recomponiendo mil veces sus posiciones de poder… y el poder político convocándolas para “contarles” sus medidas… todo menos hablar con realismo de oportunidades de vida digna para todos, Y, ¿qué es de la democracia sin este requisito de las oportunidades reales de vida, siquiera hasta que decidimos por nuestra cuenta qué vida llevar?
Hace un tiempo y viendo las orejas al lobo, se me ocurrió defender otra idea de moralistas. Un pacto social en España había de ser tan necesario, como injusto con muchos trabajadores, pero menos malo que lo que se avecinaba. No me imaginaba que la recomposición del beneficio capitalista, ¡perdón por la palabra!, llegara a los extremos de estos días. Después me explicaron “los políticos” que un pacto social era imposible por dos razones. Cuando lo dije, porque los trabajadores fijos no lo querían; y cuando pensaron que podían quererlo, porque ya no lo quería el capital. En suma que lo del pacto social ya es una salida social superada. ¿Sí? Creo que no. ¿Todavía? Todavía.
Cuentan que el dinero, ¡el capital!, tiene una carta comodín: “¡En cualquier lugar hay alguien dispuesto a hacer el trabajo por menos que usted! Difícil pacto, entonces. Y añaden que el dinero, ¡el capital!, exige derecho “natural” a entrar y salir por donde quiera, y esto para el mayor bien de todos. ¡Qué cara! El bien posible, claro está, - dicen -, pues “el bien digno”, ese no existe; eso es moral. Y hasta los pobres, - concluyen -, se benefician razonablemente de este hipercapitalismo financiero; por supuesto, dentro de lo posible. El mercado es el secreto científico de todo. Ya se conoce el timo: “nadie pierde, todos ganamos, aunque no todos lo mismo”. Y se van a casa en paz. Cada uno con lo suyo. Aquellos, los parados, con su drama; los otros, con sus “dividendos”. Curiosas analogías sobre el significado de “lo suyo”.
Y aquí viene la política y su administración profesional. ¡Qué no me toquen lo mío! Quieren su porción del pastel. Y como los del capital ya se han llevado su parte creciente, y “la política” su parte no menguante, los ahorros tienen su destinatario natural. Yo diría martirial: los parados sin prestación, las pensiones más bajas, los inmigrantes sin empleo, las mujeres y los jóvenes en situaciones laborales, más que precarias, ofensivas…. Y al fondo suena la música, son “los medios”. Hay de todo, pero han aparecido tantos “telepredicadores” y tan esclavos de sus ideologías políticas, que hasta sus lágrimas por los parados parecen, a menudo, de cocodrilo. Las tertulias de Intereconomía son el paradigma contemporáneo de lo que es hablar de todo para callar sobre lo fundamental. Terrible. Me pregunto siempre de qué viven ellos y quién es su “señor”.
Pues nada, ahora me doy cuenta de que hay dos palabras que suenan anacrónicas en estos días, “DiosCapital”. Me alegro, poco a poco comienza a verse claro que su gente está en distinto bando. “No podéis servir a Dios y al Dinero”. Está más claro que el agua, todas las soluciones sociales del dinero, ¡el capital!, son a la fuerza, impuestas, injustas e inmorales. Y si salen adelante, y salen, ¡vaya que sí!, es porque tienen sojuzgados a los pueblos y a sus Gobiernos. Ahora hablemos con realismo de lo que es posible hacer tras el 15M, pero no callemos la verdad económica de la vida social, porque ofende a la inteligencia de la gente. Ahora hablemos de actitudes en las personas, pero referidas a estructuras sociales de poder y propiedad. A la vez. 

Jose Ignacio Calleja. Experto en Moral Social Cristiana


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