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martes, 24 de mayo de 2011

LEER LA VIDA



Recibimos un tesoro que, entre rutinas, preocupaciones y miedos, dejamos de valorar. Ese tesoro no es otro que la propia vida. Un regalo que se renueva día a día y que ofrece la novedad del momento para quien esté abierto y atento.
Pero si vivimos en la dispersión, soportando el peso de heridas y errores del pasado, a modo de inmenso macuto a la espalda que nos impide avanzar con agilidad, el sentido de la vida se va quedando a jirones por el camino. Si añadimos a esto la preocupación por el futuro en la creencia de que sólo está en nuestras manos, verdaderamente el panorama es desalentador. Del presente no digo nada, porque en semejante situación ha desaparecido del mapa.
Si al término “vida” le añadimos el de “espiritual” y, para concretar del todo, otro que presupone con quien la vivimos: “cristiana”, la reflexión se anima pero puede crear cierta inquietud.
Toda vida necesita alimento y la vida espiritual cristiana necesita del alimento de la Palabra que Dios expresa continuamente, sin descanso. Se explica hasta en los silencios. Pero si no hay escucha su palabra queda en el vacío, no resuena su eco en el corazón humano.
Un día, un monje con muchos años en el cuerpo, sonrisa tan transparente como el que no ha atravesado todavía la frontera de la infancia y manos curtidas por el trabajo de campo y jardín, me dijo: “Dios habla a través de dos libros, ¿sabes cuáles son?” Rápidamente le contesté que uno era la Biblia, y me quedé pensado; pero él, como urgido por una prisa ilusionada de quien que te quiere hacer participar de algo que es muy valioso, dijo: “el otro es la Naturaleza”. Tiene razón el monje, pero tras la conversación, añadí otro camino: el libro de la vida de cada uno.
A través de la Lectio divina que es la lectura de la Palabra de Dios, pero no una lectura cualquiera, es la “lectura-escucha-orante” personal de su palabra, nos va moldeando y modelando; poniéndonos en posición de ver, evaluar, discernir, orar, contemplar y actuar en cada espacio y momento de nuestra vida. Cada uno la suya como piezas únicas. Con palabras del Cardenal Martini: “Es un ejercicio ordenado y metódico de escucha personal de la palabra de Dios”.
Con la práctica de la Lectio se descubre que el método sirve también para hacer una “lectura” de los acontecimientos de la propia vida con la trascendencia de que todo tiene una dimensión más allá de lo que se ve, se produce, se valora o se denigra, se sufre o se disfruta, se recibe o se da, gusta o no gusta…
Me alegra saber que cada vez más los laicos nos vamos adentrando en la práctica de la Lectio divina que quizás, en tiempos anteriores, ha sido algo referido a la vida monástica y los sacerdotes. A todos nos vendrá bien pues creo que es buena cosa leer la vida en clave de Lectio para vivirla en clave de Dios. 
De Eclesalia.net

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