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viernes, 24 de abril de 2015

CUARTO DOMINGO DE PASCUA

«No he de temer ningún mal, porque tú estás conmigo»   (Sal 23,4)

El buen pastor. Icono ruso siglo XIX


El Señor se presenta a nosotros como el buen pastor, como aquel que defiende del peligro a sus ovejas y las lleva a los pastos de la vida, invitándolas a seguirle con confiada seguridad por el camino sobre el que las precede y las acompaña. ¿Es ésta una imagen demasiado obsoleta para hablar a los hombres de nuestro tiempo?
En realidad, las dos características que connotan a Jesús como el verdadero, como el buen pastor, nos ayudan a practicar un discernimiento entre las múltiples propuestas que la sociedad de hoy nos avanza, encontrándonos desprevenidos con frecuencia.
Jesús afirma, en primer lugar, que el buen pastor «da la vida por las ovejas» no sólo de palabra, sino con los hechos. Cuántas doctrinas, cuántos maestros de sabiduría o de ciencia se asoman al escenario y prometen llevarnos lejos, hacia una realización plena... Ahora bien, ¿quién puede liberar al hombre de la más pesada y desconocida esclavitud, de la que derivan todas las demás, y que es la esclavitud del pecado? Jesús ofrece su vida para despertarnos a una vida de horizontes infinitos, llena de esperanza y de belleza. Más aún, «conoce a sus ovejas», establece con ellas una relación que es como la que le une a él con el Padre, una relación de amor tan oblativo y total que personaliza al otro, que lo hace existir en su verdad y en su alteridad, que lo hace capaz de expresarse en plenitud a través de la entrega de sí mismo. Si recibimos la vida que el buen pastor ofrece por nosotros, si queremos dejarnos conducir por él a una relación de conocimiento-comunión de amor, podremos descubrir, ya desde ahora, la maravilla de ser realmente hijos del Padre, y nos encontraremos semejantes a él en la eternidad. No endurezcamos nuestro corazón, descartando la piedra angular que ha puesto Dios como fundamento de la nueva humanidad: Cristo es la única salvación verdadera del hombre; pongamos nuestros pasos en sus huellas seguras.




Jesús, huésped divino y mendigo de amor a la puerta del corazón humano, haz que nada nos resulte más dulce, nada más deseable, que caminar contigo y morar en ti. Ahora, en las estaciones de la trashumancia, en las inclementes estaciones de los acontecimientos humanos; después, durante los siglos eternos, en los soleados pastos del cielo. Haz todo esto por amor a tu nombre, para manifestar tu gloria en la alegría de nuestra salvación.
«La felicidad y la gracia nos acompañarán» a lo largo del viaje de la vida presente no para que ya nada penoso nos suceda, sino porque contigo todo será gracia, si lo vivimos con serenidad y paz.




Tú, hombre, debes reconocer qué eras, dónde estabas y a quién estabas sometido; eras una oveja perdida, estabas en un lugar desierto y árido, te alimentabas de espinas y de maleza; estabas confiado a un asalariado, que, al llegar el lobo, no te protegía. Ahora, en cambio, has sido buscado por el verdadero pastor, que, por su amor, te ha cargado sobre sus hombros, te ha llevado al redil que es la casa del Señor, la Iglesia: aquí es Cristo tu pastor y aquí han sido reunidas las ovejas para morar juntas.
Este pastor no es como el asalariado bajo el que estabas cuando te afligía tu miseria y debías temer al lobo. La medida del cuidado que tiene de ti el buen pastor te la proporciona el hecho de que ha dado su vida por ti. Se ofreció él mismo al lobo que te amenazaba, dejándose matar por ti. Ahora, por consiguiente, el rebaño está seguro en el redil, sin necesidad de otros que cierren y abran la puerta del recinto. Cristo es el pastor y es la puerta, y es también el alimento y el que lo suministra.
Los pastos que el buen pastor ha preparado para ti y donde te ha puesto para apacentarte no son los prados de hierbas mezcladas, dulces y amargas, que ahora existen y mañana no, según las estaciones. Tu pasto es la Palabra de Dios, y sus mandamientos son los dulces campos donde te apacienta (Agustín, Sermón 366, 3).


Lecturas del día:



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