En principio los dos adjetivos que encabezan este escrito podrían considerarse opuestos, por lo menos para la masa de la que estamos hechos los humanos: si estás, te ven. Y, sin embargo, no se trata tanto de leyes físicas sino, más bien, de cómo percibimos al otro, ya sea persona individual o grupo humano. Se dan casos claros de presencia real e invisibilidad al mismo tiempo.
He empezado de forma misteriosa pero aclaro enseguida la cuestión a la que quiero referirme: es el caso de la invisibilidad de las mujeres en la Iglesia y la omnipresencia de esas mismas mujeres en la iglesia. No hay que pasar por alto el discreto matiz de la misma letra en mayúscula y en minúscula. Tiene su importancia.
Me doy cuenta de que la mujer siempre se ha acercado al misterio de Dios con una facilidad mayor que el hombre. El hecho de que el acercamiento no degenere en la obtención del poder crea una forma de estar donde la fidelidad es la característica principal.
Podemos ver a mujeres en pequeños pueblos cuidando, limpiando, poniendo flores, preparando manteles para los altares, guiando el rezo del rosario, atendiendo trabajos administrativos, custodiando la llave de la iglesia, etc. Estas mujeres ni se plantean que las cosas puedan ser de otra manera, que pudiera haber mujeres presentes en otro tipo de servicios de otro orden dentro de la Iglesia.
Si nos adentramos en el terreno del mundo de las órdenes religiosas el número de monjas y religiosas es muy superior al de sus homólogos masculinos, pero en la mayoría de los casos viven más “ocultas”.
Y si hablamos de los laicos, o mejor dicho, de las laicas: catequistas, voluntarias en todo tipo de actividades de la Iglesia, atención a la formación de las diferentes pastorales de bautismo, confirmación, preparación para el matrimonio; visitas a hospitales, ayuda a la infancia no habría renglones suficientes en este artículo para enumerar en todos los ámbitos donde se mueven, ni para contabilizar el número total.
Del sacerdocio, nada nuevo que decir. Son los que son y parece que así va a seguir el tema.
El día de la llegada del Papa Benedicto XVI para encontrarse con los jóvenes en la JMJ en Madrid, viendo en televisión la celebración de la Plaza de Cibeles, reparé en un sencillo hecho: una multitud de chicas y chicos juntos en lo mismo, sin diferencias; pero cuando la cámara enfocó el escenario donde el Papa se dirigió a los jóvenes, reparé en el contraste: sólo había hombres.
No hace mucho, un buen amigo, por ciento, religioso, hablando del tema de las mujeres en la Iglesia me dijo con mucha contundencia: “No entiendo, según están las cosas, que todavía haya mujeres en la Iglesia”.
Creo que la invisibilidad nos da alas, y la creatividad, omnipresencia. Lo que no quiere decir que no hayamos de seguir trabajando y avanzando para que la situación cambie.
Ahora recuerdo que bien visibles “junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena (…) y cerca, al discípulo que tanto quería Jesús”. Como siempre en mayor número pero esta vez bien visibles.
No lo digo yo, lo dice el propio discípulo: Juan 19,25-26.
De Eclesalia.net
Así es en la práctica la presencia de las mujeres en la Iglesia, hay que reconocerlo. Y respondiendo a ese amigo de la que escribe el artículo, le diría que yo, como mujer, sigo en la Iglesia porque tengo la referencia de esas mujeres que permanecieron junto a Jesús hasta el final, porque, como a ellas, Jesús hoy me llama, me guía y me va transformando para que aporte mi granito de arena en la tarea de la construcción del Reino. Y esto sólo me siento capaz de hacerlo en el seno de la Iglesia, vivida como comunidad de fe, de vida y de misión... a pesar de la invisibilidad.
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