"Haced
esto en memoria mía" (1 Cor 11,24)
Lecturas del día:
http://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/?f=2015-04-02
Vídeo:
http://www.quierover.org/portal/watch.php?vid=3579a573d
El discurso de Jesús en la última cena fue una conversación
en un clima de amistad, de confianza y, a la vez, el último adiós, que nos da
abriendo su corazón.
¡Cómo debió de esperar Jesús esta hora! Era la hora para la
cual había venido, la hora de darse a los discípulos, a la humanidad, a la
Iglesia. Las palabras del Evangelio rebosan una energía vital que nos supera.
El memorial de Jesús -el recuerdo de su cena pascual- no se repite en el
tiempo, sino que se renueva, se nos hace presente. Lo que Jesús hizo aquel día,
en aquella hora, es lo que él todavía, aquí presente, hace para nosotros.
Por eso no dudamos en sentirnos de verdad en aquella única
hora en la que Jesús se entregó a sí mismo por todos, como don y testimonio del
amor del Padre.
Nosotros, por consiguiente, debemos aprender de Jesús, que
nos dice: "Os he dado ejemplo...". Debemos aprender de él a
decir siempre "gracias" y a celebrar la eucaristía en la vida
entrando en la dinámica del amor que se ofrece y sacrifica a sí mismo para
hacer vivir al otro. El rito del lavatorio de los pies tiene como finalidad
recordarnos que el mandamiento del Señor debe llevarse a la práctica en el día
a día:servirnos mutuamente con humildad. La caridad no es un sentimiento
vago, no es una experiencia de la que podemos esperar gratificaciones
psicológicas, sino que es la voluntad de sacrificarse a sí mismo con Cristo por
los demás, sin cálculos. El amor verdadero siempre es gratuito y siempre está
disponible: se da pronta y totalmente.
Partirás solo, Señor, sin nosotros, tus amigos, para
afrontar la lucha suprema del enemigo. Partirás solo porque no podemos seguirte
antes de que hayas vencido a aquel que nos divide. Pero nos encontrarás en lo
hondo de tu soledad, y nosotros te encontraremos en el fondo de nuestra
humillación.
Señor Jesús, nosotros no sabemos cuál es la hora más dulce y
pura del amor: si la que nos reúne juntos, confiados y descansados sobre tu
pecho, o la que nos dispersa en la noche perdidos y abatidos de tristeza. Pero
si tú, desde tu lejanía de condenado a muerte, te vuelves un momento a
mirarnos, percibiremos en la luz de tus ojos una chispa del insondable misterio
que hoy nos pesa en el corazón y que mañana contemplaremos sin velos en el
rostro del Amor. Amén.
Mi Señor se quita el manto, se ciñe una toalla, echa agua en
la jofaina y lava los pies a sus discípulos: también quiere lavarnos los pies a
nosotros. Y no sólo a Pedro, sino a cada uno de los fieles nos dice: "Si
no te lavo los pies, no podrás contarte entre los míos". Ven, Señor
Jesús, deja el manto que te has puesto por mí. Despójate, para revestirte de tu
misericordia. Cíñete una toalla, para que nos ciñas con tu don: la inmortalidad.
Echa agua en la jofaina y lávanos no sólo los pies, sino también la cabeza; no
sólo los pies de nuestro cuerpo, sino también los del alma. Quiero despojarme
de toda suciedad propia de nuestra fragilidad.
¡Qué grande es este misterio! Como un siervo lavas los pies
a tus siervos y como Dios mandas rocío del cielo [...]. También yo quiero lavar
los pies a mis hermanos, quiero cumplir el mandato del Señor. Él me mandó no
avergonzarme ni desdeñar el cumplir lo que él mismo hizo antes que yo. Me aprovecho
del misterio de la humildad: mientras lavo a los otros, purifico mis manchas
(san Ambrosio, El Espíritu Santo I, 12-15).
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